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Crítica:ROCK - BECKBeck Hansen (voz, guitarra y armónica), Lyle Workman (guitarra), Justin Medal Johnsen (bajo), Victor Indrizzo (batería), Roger Mannig (teclados), David Brown (saxo), David Ralicke (trompeta), Jon Birdsong (trombón), D.J. Swamp (platos) y Glenys Rogers y Johari Funches Penny (voz). Sala La Riviera. 3.800 pts. Madrid, lunes 6 de marzo.
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El más original

Conforme a su naturaleza de genio creador del rock, la expectación levantada ante las visitas de este angelino menudo y rubicundo es siempre enorme. El repertorio de Beck revela pasos coherentes, avance constante y riesgo controlado, y sus puestas en escena son siempre ejemplo de lo que habría que hacer para devolver a la música rock el salvaje interés que fue su principal seña de identidad en su época dorada.En su última actuación en Madrid, la británica Beth Orton le precedió con una intervención no muy afortunada, debido a problemas con el sonido y una puesta en escena que, revelando gran intensidad y emoción vocales por parte de la intérprete, quedó bastante diluida, tal vez por lo inapropiado de su propuesta acústica en una ocasión que tal vez exigiera más electricidad.

Juego de proximidades

La noche, qué duda cabe, era de Beck y del circo colorista, efectivo, vital y lleno de inteligencia que le acompaña. Apareció flanqueado de una extraordinaria banda que negativizaba en blanco el efecto Sly Stone que tan buen resultado le da al egomaníaco y maleducado Prince. La diferencia estriba en que, lo que en el de Minneápolis es divismo distanciador y de lentejuela barata, se convierte en el de L.A. en juego de proximidades, de identificaciones. Beck maneja el viejo secreto de hacer creer al espectador que lo que está viendo es algo que también puede hacer él. Así de fácil parece.Beck arrancó con uno de sus más viejos temas, Beercan, para dar rienda suelta al espectáculo colorista y desbocado de su último disco, Midnite Vulture -qué increíble resulta al escucharlo que la mayor parte de él haya sido grabada en un estudio casero-. La descarga soul tuvo lugar con Sex laws, para regresar a terrenos más de blancos con Novocane y New Pollution y dar el primer toque de genialidad con Loser, un tema tan interesante e innovador como irregular en su concepción. A esas alturas, el personal alcanzaba ya el delirio con la punta de los dedos y éste no habría de parar hasta la conclusión del espectáculo.

En la apenas hora y media que duró el concierto -poco según algunos- pudieron avistarse las aristas musicales de este poliédrico ser: funk, pop, rock de guitarras, sampling music e, incluso, country, una música que él ama especialmente y a la que dedicó un corto set acústico. Tras una espectacular traca final, que incluía algunos de sus éxitos -Jack-Ass, Where It's at o Devil's Haircut-, Beck se marchó organizando una catarsis sónica de esas que producen cierta tensión de glúteos, porque nadie sabe cómo ni cuándo pueden acabar. Pero terminó con los miembros del equipo técnico llevándose a los músicos del escenario como si fueran maniquíes. Hasta en eso Beck es original.

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