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Este Gobierno sigue dando miedo

A mí el Gobierno del PP me dio miedo por vez primera cuando se embarcó en una batalla sobre los medios de comunicación que denotaba un deseo de control o de intervención y no podía ser inocuo para la libertad de expresión.Me preocupó, entonces, que un ejecutivo que decía creer en el mercado y la imparcialidad en un campo tan delicado como el citado se lanzara a una sucesión de medidas sesgadas, intervencionistas y sucesivamente contradictorias con las que antes él mismo había tomado. Cuando escribí en este sentido, mis amigos del PP se burlaron: en el fondo daban poca importancia a aquella batalla. "No es para tanto", venían a decir. Estaban convencidos de que, a fin de cuentas, ellos estaban haciendo lo de siempre en este terreno y que el supuesto contrincante acabaría doblegado. Lo que yo escribía les parecía o bien una exquisitez propia de un intelectual que no entiende de política práctica o bien la posición obligada de quien tenía que rendir la obligada pleitesía a la empresa donde trabaja.Hoy de aquella batalla quedan heridas difícilmente cicatrizables. Todavía, no obstante, no se ha producido una última evolución de los acontecimientos que resultaba previsible entonces y a la que estamos fatalmente abocados. Aquella actitud gubernamental formaba parte de una operación más amplia destinada a rodearse de un entorno mediático confortable. Hoy ya existen indicios de que acabará con el gobierno embrollado con su propia inhabilidad y deseo intervencionista, con los más adictos escocidos y con los neonatos del gubernamentalismo traicionando a quien les alimentó de modo opíparo. Y, sin embargo, quien estuvo en el centro de todo y tiene la suficiente frialdad para el juicio objetivo no parece hasta el momento ser consciente de ese irremisible desenlace. En su entrevista con Victoria Prego que aparece en el reciente libro de ésta Aznar se atribuye la misión retrospectiva de "equilibrar" el mundo de los medios de comunicación. Pero eso viene a ser algo así como pretender responsabilizarse de que entre los bebedores españoles el consumo de cerveza decrezca ante el vino. Los presidentes de Gobierno no son elegidos para eso y deben saberlo de modo especial quienes se autodesignan como liberales.

Todo esto confirma mi miedo de antaño. A mis amigos del PP les añado, sin embargo, que hoy lo aumenta otra cuestión que me parece aún más grave. A estas alturas han sido poquísimos los que han estado en contra de las privatizaciones por cuestiones de principio. Dado el consenso general que rige la política económica quienes se han opuesto a las privatizaciones han aparecido como militantes de la franja lunática que siempre debe existir en la vida pública de cualquier país. A mí las privatizaciones siempre me han parecido bien: las que hizo el PSOE, las que ha llevado a cabo el PP y las que realice quien gane las elecciones próximas. Pero lo importante es el modo. Cuando ganó las elecciones Aznar tuvimos a Norma Duval hasta en los más recónditos programas de la televisión pública.Esto de imponer el equipo médico habitual de artistas aparentes no es nuevo, por más que estimule a la ironía.

Lo malo es trasladar la doctrina Norma Duval a las privatizaciones de empresas públicas. Con éstas nos ha sucedido que pasaron desapercibidas incluso para la oposición más montaraz y, de repente, nos hemos encontrado con un bolo alimenticio difícilmente digerible en pleno tracto digestivo. El mismo excelente libro de Jesús Mota, que proporciona motivos sobrados para el erizamiento de cabellos, pasó relativamente desapercibido en el momento de su publicación. Allí están todos los datos de la "normaduvalización" de las empresas públicas. Se dirá que siempre se privatiza para los amigos. Es malo, pero quizá sea así. De todas las maneras la diferencia en este caso reside en la irreversibilidad y en el grado. Citaré un ejemplo para que se entienda: Óscar Fanjul ni fue compañero de pupitre de Felipe González ni juega al golf con él; además no se quedó para siempre. Se argüirá que muchos de los presidentes de compañías privatizadas son excelentes y muy meritorios personajes. No cabe la menor duda. Pero lo malo de cuando se "normaduvaliza" es que incluso se crean unas relaciones enfermizas que, si originan escándalo en la oposición y en los observadores, acaban siendo muy insatisfactorias para los propios gestores y los beneficiarios de esa operación.

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Así sucede de forma especial cuando unos y otros aparecen como figuras estelares en pleno escenario público. Ahora ya no estamos en el momento en que se descubre la intimidad entre los poderes públicos y los empresarios recién llegados; ni siquiera en el del recuento de los beneficios económicos personales de la operación o en las consecuencias derivadas de su impacto en los medios de comunicación. Ahora estamos descubriendo un entrecruzamiento de participaciones empresariales que crea un inmenso poder económico que va a ser un dato inamovible de la realidad social española en un futuro que puede ser larguísimo.

En general uno es bastante escéptico respecto de esos supuestos gigantes empresariales que en la visión de algunos paleomarxistas dominan con turbia mirada y torvos propósitos el conjunto de la vida de una nación. No he creído ni en aquel "complejo industrial-militar" que según algunos habría provocado la guerra del Vietnam ni tampoco en el "bloque dominante de poder" que, de acuerdo con algún historiador, habría movido los hilos de la vida española desde la Restauración hasta hoy mismo. Pero la realidad se me impone: el conglomerado en gestación mueve a la prevención por su origen y por su volumen. No, en cambio, porque uno no crea en la empresa privada, en la bondad de la globalización o en el mercado.

De todo esto el responsable es el Gobierno y por eso me da miedo. Me produce ese sentimiento incluso si partiera de la base de que le guió la mejor intención y de que se ha llegado a ese resultado como consecuencia de circunstancias fortuitas, talante generacional, impacto de la coyuntura internacional o resultado de la globalización. Pienso, por ejemplo, que un ejecutivo cuyo principal rasgo ha sido liquidar a la generación política precedente debía necesariamente relevar a la clase económica dirigente, como lo ha hecho; además su ultraliberalismo desdeña como irrelevante el dedo que nombra al dueño de empresa y glorifica como heroicidades los resultados que dependen de la coyuntura internacional. Muy propio del ultraliberal es también empezar hablando de mercado y acabar preguntando "qué hay de lo mío".

Pero lo que importa no es la gestación sino el resultado. Ahora estamos ya en el momento de la desfachatez y la pillería menor:por ejemplo, que la primera empresa fabricante de cigarros en el mundo compre por centenares de millones unas acciones de empresa radiofónica del periodista que más adula al ejecutivo. Ahora, enorme paradoja, cualquier empresario tiene derecho a ver con prevención un excesivo intervencionismo del Gobierno en la retribución de sus cargos. Ahora resulta que cualquier interesado en gestión cultural descubre que las fundaciones ligadas a empresas privatizadas no deciden por sí mismas sus programas sino que lo hace la autoridad política.Ahora los propios presidentes de las empresas privatizadas se encuentran con una sombra de sospecha que amenazará cualquier proyecto que hagan, sea bueno, regular o malo. Ahora sucede que incluso si, como deben, tratan de independizarse de la tutela política, esos empresarios se verán sometidos al juicio sumarísimo por la brigadilla de hiperadictos y candidatos a mentores del PP. Ahora resulta que aquella ignominia que fue Filesa, benditamente condenada en los tribunales, puede quedar, en términos económicos comparativos reducida a calderilla. Y, en fin, ahora nos encontramos, en relación con esta materia, con un horizonte preocupante de confrontación, polémica e imprevisibilidad que a una persona de propensión conservadora como el que suscribe no le gusta nada.

El culpable principal y casi único de todo ello es el Gobierno cuando lo lógico hubiera sido esperar de él, por la ideología que asume como propia, una estricta autonomía entre el campo de la política y de la economía. Como no ha sido así a mis amigos del PP les digo que me da miedo, hoy más aún que antes, y que, gane o no gane las elecciones, su actitud futura debiera cambiar de modo sustancial en esta materia.

Javier Tusell es historiador.

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