El miedo al debate VICENTE VERDÚ
En uno de esos comentarios tontunos que lanza Aznar, de vez en cuando, se le ha escuchado decir que no acudirá a un debate con Almunia porque no conoce bien quién es el líder del PSOE ni tampoco qué programa ofrecen. El alegato viene a ser una repetición de los refranes empleados en tiempos de las posprimarias de Borrell, extraída de la naftalina para intoxicar la cola de la campaña. Efectivamente Aznar rehúye el debate, según sus asesores, porque duda de sus fuerzas para exponer convincentemente una idea, producir interés con lo que refiere o ser capaz de mantener con brillo una conversación. No se trata, por añadidura, de ningún secreto de palacio. Hace tiempo que personas de diversa índole con las que ha cenado, desayunado o almorzado alguna vez, salen de las reuniones contando que se han aburrido.Pero ser aburrido o divertido no es todo lo malo o lo particular en que consiste un presidente. Aznar, o a quien le toque en otro momento, no debería poder negarse a debatir. Por mero derecho a la información ciudadana, el debate no puede perderse en la voluntad de las partes. Precisamente, de toda una campaña, la información más relevante para el elector, tal como se producen ahora los mítines y las comparecencias, es aquélla que se obtiene por contraste directo. No sólo, pues, Almunia y Aznar debían reunirse para cruzar públicamente sus ideas, razones y pasiones, sino también para hacer visibles sus conocimientos nacionales e internacionales, sus artes para hacer cuentas y diagnósticos, sus modos para hacer bromas y hasta sus maneras para negociar, regatear, hablar idiomas y ganar amigos. Sin el contraste de éstos y otros datos parecidos se va a las urnas muy limitados y guiados por análisis demasiado abstractos. Si la personalidad y la preparación de un presidente es capital en la gobernación ¿cómo puede justificarse que no sea ésta la materia mejor difundida a lo largo y ancho de una campaña ? Si la propaganda política actual multiplica por miles la imagen del líder para convertirlo en el centro de las promesas, ¿cómo no saber si ese tipo es cabal, competente, ilustrado o de confianza?
No sólo el presidente, hasta el total de su próximo consejo de ministros debería comparecer en los debates y confrontarse por departamentos con sus rivales. De esta manera podríamos deducir nuestras opciones y demostrarían así, los políticos, respeto por la correcta decisión de los ciudadanos.. Porque sin conocer bien, a través de las muchas posibilidades mediáticas actuales, con quien nos jugamos los cuartos no podremos nunca apostar a fondo. Y sin apostar a fondo, con información, irá dejando gradualmente de importarnos este juego. No es, por tanto, sólo una acción para su propio bien la que protagoniza Aznar (o quien fuera) negándose al debate; es una decisión para mal de las elecciones y, de paso, para directo perjuicio del sistema.
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