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Reflexiones después de ARCO VICTÒRIA COMBALIA

Victoria Combalia

Desde que se creó, ARCO se erige como un foro muy interesante para descubrir, en pocos días, no digo todo el arte español, pero sí una buena representación de sus artistas. Cuando apenas existen iniciativas que conecten el arte autóctono con el internacional, ARCO se está convirtiendo, cada vez más, en una cita ineludible no sólo para comprar arte contemporáneo, sino también para establecer unos contactos entre profesionales que normalmente son escasísimos en nuestro país, en donde casi nadie viaja y en donde casi nadie se desplaza a otra ciudad a ver exposiciones. Es enorme, también, la labor que ARCO ha hecho para iniciar al público amplio español en el arte moderno. Y es importante -y, a mi modo de ver, aún insuficiente- el esfuerzo realizado para que los galeristas, los coleccionistas y los críticos extranjeros vengan aquí; la tarea se revela ímproba en el caso de los galeristas, pues el coleccionista español apenas compra arte internacional; el nuestro, desengañémonos, es un mercado local, totalmente provinciano.La crisis que afectó a ARCO el año pasado fue felizmente solventada mejorando el sistema de selección, mediante un comité rotativo (no ser selectivo en ARCO no sólo significaría la muerte de la feria, sino la de su prestigio acumulado durante largos años). Pero, en cambio, nos han sorprendido, en esta convocatoria, las quejas de algún crítico acerca del excesivo tono cultural que se da a ARCO al programar un buen número de mesas redondas y debates. Yo misma opinaba lo mismo hace unos años y, sin embargo, la experiencia me ha demostrado que es tal el aislamiento de nuestro país respecto al mundo verdaderamente civilizado y es tal la falta de intercambio de opiniones entre profesionales que ARCO cumple una función pedagógica evidente. Se trata sencillamente de conseguir un nivel siempre alto y de no desperdigarse en actuaciones que podrían obedecer tan sólo a compromisos políticos o de otro tipo.

También parece chocante que varias instituciones barcelonesas inauguraran exposiciones tan atractivas como Sigmar Polke o Andy Warhol en los mismos días en que todo el sector estaba en Madrid, quejándose después de la falta de asistencia de público. Barcelona, cuyo aislamiento se está acrecentando en los últimos meses a nivel alarmante, debiera reaccionar. Una cosa es regionalizarse, dada la gran globalización del arte actual y otra es que cualquier acto cultural también ha de saber venderse. Por ejemplo, es realmente decepcionante constatar cómo dos lugares tan inmejorablemente ubicados como lo son el Palau de la Virreina y el Centro Cultural Santa Mònica, en plena Rambla barcelonesa, no aprovechen del todo su posible capacidad de escaparate cultural de primer orden. Es como tener un espacio en la plaza de San Marcos de Venecia y no darse cuenta de lo que se tiene.

Otro pequeño síntoma de falta de visión, esta vez a nivel de galerías y de coleccionistas, es que este año no se vio en ARCO apenas ninguna obra de Frederic Amat y sí muchas de Perejaume. Que el segundo haya ganado el concurso para el techo del Liceo, por otro lado con un proyecto brillante, no quita que Amat siga siendo uno de los grandes nombres del arte catalán actual. O bien que todo el mundo hable de Eulàlia Valldosera, o incluso, como me pasó en una ocasión, que me vengan a explicar quién es (cuando yo la lancé públicamente en 1991, la propuse a numerosas bienales extranjeras y al Reina Sofía en 1995) y no se cite a otras artistas igualmente buenas como Natividad Bermejo, Maggie Cardelús o a la más joven, Mireia Masó. Es otro síntoma de un gusto extremadamente uniforme, especialmente lento, poco imaginativo.

Uly Martin
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