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PINOCHET VUELVE A CHILE

El contexto histórico

Qué será eso a lo que tanto se recurre hoy para explicar crímenes y desmanes, que tanto parece justificar y que, por otra parte, tantos ignoran cuando imparten justicia desde sus inalcanzables alturas morales de la vida ajena a la crisis en la historia. Es el contexto histórico. Los anglosajones tienen una especial sensibilidad, al menos en esto. Sus biógrafos e historiadores son un magnífico ejemplo.Habla el brillante Duff Cooper de la mentalidad de la familia de un jovencito aristócrata cojo al que entregan sin mayor problema moral a una familia de extrarradio para su educación cuando plantea las bases reales de las que surge un hombre de la talla de Talleyrand. Trevor Roper nunca ignora lo obvio y se esfuerza siempre con éxito por entrar en motivaciones y Weltanschaung, concepción del mundo y de la historia de aquellas vidas que disecciona. Y Lord Runciman no hacía otra cosa que intentar pensar y perseguir los pensamientos de los protagonistas de sus legendarios libros de historia.Ahora, sin embargo, todos parecemos habernos vuelto más cómodos. Esfuerzos intelectuales se recomiendan mínimos. Desde el feminismo se hace una crítica al Quijote. Y los hay que juzgan a los Reyes Católicos con baremos de la organización Human Rights Watch de Nueva York. Ya no se trata de los que distorsionan la historia con fines profesionales. Hay quienes viven de apostar por la mala memoria ajena, por la falta de información de los demás o por su pura osadía al inventarse pasado propio y ajeno. Pero éstos son meros usufructuarios de su hipocresía y la confusión general.

La última década de este siglo ha sido memorable, sobre todo en un sentido. Por primera vez ha triunfado la necesidad de saber y recordar sobre la de ocultar y disimular. Desde Chile a Camboya, desde Indonesia a Rusia y Francia a Suráfrica han convergido la presión popular suficiente y la voluntad política necesaria para indagar en esas fallas del comportamiento de las sociedades que tantas desgracias causan si no son tratadas, examinadas, diseccionadas.

Augusto Pinochet está ya en Chile, pero llega allá como un miserable proscrito, lo único que merece. Egon Krenz, gran jefe de la seguridad nacional de la antigua RDA, busca un trabajo para alcanzar el tercer grado en una prisión de Berlín. Carlos, ese patético terrorista que tanto dolor supo, se pudre en una cárcel francesa. Vichy ya no es un asunto innombrable en Francia y Pol Pot murió en el oprobio. ETA es una banda de bandidos que sólo obtienen cobertura de seniles políticos obcecados en la huida hacia adelante. Ayer, un general croata fue condenado a prisión por un Tribunal Internacional por sus crímenes cometidos hace apenas unos años contra la población civil bosnia. El mundo no está ni mucho menos peor que hace una década. Y ningún sátrapa puede hoy gobernar con la garantía de impunidad indefinida.

Todo ello es una conquista de quienes no han puesto muelles ideológicos a su indignación y han seguido y perseguido a todos aquellos que han destrozado vidas sin escrúpulo. El contexto histórico es un argumento de importancia a la hora de juzgar motivaciones, pero nunca para exculpar crímenes.

El disparo en la cabeza de un niño, la ejecución de un líder estudiantil en Chile o el fusilamiento tras un juicio farsa de disidentes en Cuba tienen sin duda contexto histórico, pero éste jamás puede ser un atenuante. Los crímenes del Ejército ruso en Chechenia o de Slobodan Milosevic en Kosovo no tienen contexto histórico alguno que los diferencie moralmente de la ejecución de un niño judío en Ucrania por parte de los nazis o de la horca para una mujer embarazada en Burundi.

El contexto histórico, de las Cruzadas, de la Guerra de los Treinta años o de la época de las ideologías redentoras y criminales, nacionalsocialista y comunista, en Europa, tiene que tenerse en cuenta para intentar comprender; nunca para intentar justificar. Por eso, pese a todos los errores de Salvador Allende, Pinochet no puede escudarse tras contextos, como tampoco pueden hacerlo Castro ni Pol Pot, Milosevic o Mobutu. Los asesinos y sus cómplices viven y matan en todos los contextos. Conviene entender sus intenciones, nunca aceptar sus móviles.

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