La revolución de bote
Los fenicios, los romanos y los árabes llegaron a Andalucía, atravesando siglos, quebradas, mares y montañas, para ofrecernos sus civilizaciones. Teófila Martínez vino desde el Cantábrico a nuestras orillas, después de darse una vuelta por Venezuela, para traernos algo mucho más curioso: un efecto. Según sus compañeros de partido, que repiten la consigna con una disciplinada credulidad, el efecto Teófila es el nuevo fantasma que recorre las calles andaluzas, sale de los armarios y las peluquerías, desestabiliza la memoria histórica de las gentes, las encuestas de opinión, y consigue actualizar el viejo sueño de las revoluciones. Pero sospecho que se trata de una revolución poco natural, una revolución de bote, una epopeya bastante aclarada, porque resulta difícil imaginarse a la fiel discípula de don Manuel Fraga Iribarne con una antorcha en la mano y un pecho descubierto, señalando el camino de las barricadas.Que naciera en Santander, que se instalara ya casada en El Puerto de Santa María, después de haber hecho las américas, no supone un problema para que hable en primera persona de Andalucía. Y eso es bueno, bastante bueno, en esta época de racismos naturalistas y miserias fronterizas. Otras tierras hubieran pedido un árbol genealógico de cinco ramas castizas para convertir a alguien en candidato o candidata a la presidencia de la comunidad. Andalucía no, y eso demuestra la tolerancia de este Sur sin fronteras mentales ni complejos, que está dispuesto a cambiar en su política las raíces genealógicas por los árboles de Navidad, incluso cuando llegan cargados de efectos y revoluciones de bote. Últimamente hay algunas rencillas con las gentes morenas que desembarcan en los invernaderos de Almería, pero eso no es un problema para Teófila, porque ella no vino a nosotros en patera, por mucho que se empeñe en utilizar el idioma justiciero de Robespierre y de Lenin.
Desde luego no hay en sus venas gotas de sangre jacobina, ni brotan sus versos de manantial sereno, y debió cantar muy poco en su juventud la versión que Serrat hizo del Retrato machadiano. Uno se la imagina con más propiedad tatareando, allá por los años finales del franquismo, el famoso villancico nevado y tierno de Raphael. Lo que a ella le atraía, lo que la movió a afiliarse en 1977 a Alianza Popular, fue la figura de Manuel Fraga, tal vez no el más grande revolucionario de la España contemporánea, pero sí el patriarca que más vueltas ha dado en el vacío, girando desde los ministerios centralistas de la dictadura hasta la presidencia democrática de una comunidad autónoma.
Teófila Martínez inició su carrera política en 1983, como concejal del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María. Todos los héroes teñidos de romanticismo sufren mucho en sus primeros años de vida pública, porque algunos correligionarios tardan en comprender el impulso emancipador que constituye su aparición. Hernández Mancha dirigía entonces los rumbos de la derecha española, y su camarilla andaluza se mostró altamente desconsiderada con el ánimo enciclopedista y librepensador de los herederos políticos de don Manuel Fraga. La incomprendida Teófila pasó entonces su calvario, se vio silenciada por las circunstancias y se retiró discretamente de la vida pública, para no crear tensiones en el interior de su célula conspirativa. Como tantas renuncias, la despedida oportuna se convirtió en una jugada maestra con balcones al mar de la bahía parlamentaria, porque al poco tiempo Hernández Mancha dio con sus huesos en el patíbulo de la derecha española, José María Aznar resultó elegido vicepresidente del PP y Teófila fue rescatada para encabezar por la provincia de Cádiz la lista de su partido en las elecciones nacionales de 1989.
Desde entonces ha sido la heredera predilecta de la revolución constitucional de 1812. De eso ha tenido la culpa su apuesta revolucionaria por el sector más duro del PP andaluz, su fidelidad aznarista, el abandono sufrido por la ciudad de Cádiz y la poca sensibilidad con la que el Gobierno socialista de Madrid elaboró e impuso el Plan de Reconversión de los Astilleros Españoles, una lluvia triste que caía sobre mojado en la melancolía blanca y salina de la decadencia gaditana. El caso es que Teófila, aunque algunas letrillas carnavalescas repitan que tiene feo hasta el nombre, ha conseguido por dos veces (1995 y 1999) la mayoría absoluta en las elecciones municipales. La revolución de bote campea ahora con 18 concejales en el Ayuntamiento de la tacita de plata. Los efectos de su ilusión meten más ruido que todas las chirigotas del Teatro Falla.
La verdad es que el PP acertó al escoger Torremolinos para proclamarla en septiembre de 1999 candidata revolucionaria a la presidencia de la Junta de Andalucía. La felicidad hotelera, los potingues veraniegos y la especulación urbanística que don Manuel Fraga animó en la Costa del Sol (desde su información, sus suecas y su turismo), no podían faltar en el efecto Teófila, la mejor política, la revolución que necesita Andalucía. Las señoronas andaluzas no suelen llevar abrigos de visón en las playas, así que les resulta más fácil hermanarse allí con la multitud. A la hora del chiringuito, pueden pasar desapercibidas.
Pero conviene que guarden silencio o que calculen exactamente lo que quieren decir. Por una razón o por otra, las palabras de Teófila suenan a bote. Ella hace esfuerzos y tiñe sus declaraciones de populismo verbenero, en busca de una efectiva impertinencia revolucionaria: "Chaves hace promesas con toda la cara y un tantán". Este tipo de ocurrencias no quedan muy bien en labios de una señora, educada hasta las cejas en el noble espíritu del Cid y de doña Jimena, pero ayudan a su imagen revolucionaria. El problema es que, cuando casi tiene convencida a la plebe con su simpatía democrática, es capaz de soltar la lengua y de afirmar que no podemos ser a la vez moros y cristianos, y lo dice justo mientras la revolución del PP, esa que necesita Andalucía, acaba de convertirse en la noche de los cuchillos largos para los marroquíes de El Ejido y cuando el Gobierno conservador de España se muestra inclinado a comprender el orgullo de un alcalde racista, dejando solo a Pimentel, un ministro centrado en el respeto. Teófila Martínez es una ansiosa y corre más de la cuenta en sus declaraciones populares.
Hay que comprender que como candidata a la Junta no lo tiene fácil. Pudo alcanzar el Ayuntamiento de Cádiz criticando a los socialistas de Madrid, pero ahora necesita una vuelta de tuerca mucho más sibilina: los conservadores de Madrid desprecian el censo andaluz, pero no es culpa de ellos, sino de los socialistas andaluces, que no se merecen un reconocimiento centralista de la verdad, porque son malos y poco revolucionarios. Verdaderamente es difícil que las cabezas cautivas de los andaluces lleguen a comprender esta argumentación.
El efecto innovador de la derecha de siempre es un simple disfraz. Por ese camino Teófila sólo merece estar entre los vencedores de la gran final de los Carnavales de Cádiz.
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