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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Aromas de otros tiempos VICENTE VERDÚ

La enlutada hilera de dirigentes socialistas que formaban ante el féretro de un compañero y aceptaban los abrazos y condolencias de otros políticos evocó esta semana la particular condición de un partido. Hoy es chocante que alguien se adscriba a una organización de esa clase al menos que le venga de herencia o le venza un arrebato antiguo. Lo mismo que basta para satisfacer la afición al fútbol hacerse de un canal digital y acudir de vez en cuando al estadio, basta para hartarse de política seguir las tertulias de las radios y asistir periódicamente a los comicios. Ser miembro de un partido es, sin embargo, de una intensidad incomparablemente superior, de una densidad política atufante. Hay que ser muy especial, poseer una complexión mental muy peinada o continuar en la melancolía de las pertenencias piadosas para encuadrarse. Entrar en un partido hace treinta años era una forma de legitimarse ante uno mismo en el cumplimiento de una sagrada misión social, pero ¿quién cree ahora en esas cosas rimbombantes? Alinearse en una formación de izquierdas, como eran los socialistas, constituía una aventura al estilo de enamorarse y creer en el romance de una transformación global. Pero, ¿quién cree hoy algo así? Ni siquiera los llamados grupos progresistas, como el PSOE, poseen en la actualidad una idea del progreso que se distinga del sendero común por donde el automatismo tecnológico dibuja el futuro.Ingenuos, idealistas, creyentes, los antiguos componentes de la izquierda aspiraban a redimirse gracias a ser parte de una formación superior y la militancia actuaba como una pila bautismal donde se lavaban las conciencias, o como un crisol donde, tras fundirse las individualidades, se destilaba un caldo dulce de propiedades curativas. Un partido salvaba del pedregoso egoísmo del yo y orientaba la vida ordinaria a gestar otra vida más bruñida para la humanidad. ¿Piensan así los señores y señoras que componen hoy las filas de los partidos que conocemos? ¿Se apuntan los militantes porque quieren mejorar la especie y son, en definitiva, como de una ONG? Ni son tan altruistas, ni tan ingenuos, ni tan obstinados como los de Greenpeace. Con cualquiera de esas cualidades les sería imposible gobernar y en tratar de gobernar es, sobre todo, en lo que empeñan sus horas, sus bríos y sus millones de pesetas.

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Hoy empieza oficialmente su campaña y esos señores y señoras tan raros, ni miembros de una orden religiosa, ni parientes de una familia, ni secuaces de una banda, ni socios de un club, ni misioneros, van a dejarse la piel por un objetivo: el poder. A esta clase de individuos se les llama aún políticos y todo el mundo acepta, por la inercia, sus di chos elementales, sus arengas, sus promesas grandilocuentes, como gestos de un viejo oficio que se debe aún soportar y ni siquiera a estas alturas se conoce algún remedio

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