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La magia de descubrir

La peonza empieza a dar vueltas y en cuestión de segundos se eleva. Levita, gira en el aire. Nada la sujeta, pero sigue ahí, suspendida de la nada ¿Magia o física? Los profesores dejan a los niños boquiabiertos. A los más pequeños no les aburren con leyes físicas incomprensibles para su edad. Simplemente, les sorprenden con experimentos divertidos y les dejan así, de pasada, la semilla de la curiosidad. Con los adolescentes se atreven un poco más y revelan el misterio: pura física.En el Museo de la Ciencia de Málaga, la gravedad y la inercia son fenómenos comprensibles, tangibles, cotidianos; no un frío e inexplicable dibujo de manual. El nombre de las instalaciones ya es toda una pista: Principia. Bajo este título, fueron publicadas todas las investigaciones de Isaac Newton.

El museo está compuesto de tres partes. Un planetario, una sala de experimentos y otra de aparatos interactivos para que los niños aprendan con los cinco sentidos. Las instalaciones reciben a diario la visita de cientos de escolares, aunque están abiertas a todos cuántos quieran adentrarse en la magia de descubrir y conocer.

El museo depende de la Consejería de Educación, que invirtió 50 millones en la construcción del edificio, aunque su puesta en marcha no hubiera sido posible sin el empeño de un grupo de profesores que le han echado horas, ganas y mucha paciencia. "Conseguimos engatusar a las autoridades", bromea Sebastián Cardenete, uno de los profesores que se encarga de desvelar los misterios de la física y la química.

Todo empezó en 1994, con un grupo de docentes inquietos que no se conformaba con repetir a pie juntillas el manual, sino que prefería construir aparatos para que sus alumnos comprendieran de forma inequívoca los fenómenos de la naturaleza. Un día se dieron cuenta de que todos juntos reunían un centenar de artilugios. Unos para explicar ilusiones ópticas, otros que ayudaban a comprender cómo los romanos construían sus arcos sin argamasa o cómo entra un volcán en erupción. No se lo pensaron y unieron todos los aparatos en una exposición titulada El mes de la ciencia.

El éxito de la muestra les dio fuerza para embarcar a la Consejería de Educación en el proyecto de crear un museo de la ciencia. La Junta invirtió más de 50 millones de pesetas y construyó el edificio. Cuatro años más tarde de la primera exposición, se llevó a cabo la segunda, que también duró un mes. Los profesores se plantearon entonces un nuevo reto: que la iniciativa tuviera carácter permanente. Todavía no lo han conseguido, pero las instalaciones ya abren cuatro meses, de enero a mayo. La financiación es el único escollo para que funcione todo el año. Su estructura es modesta. Funciona gracias a cuatro docentes en comisión de servicio y a una veintena de maestros que dedican sus ratos libres a crear artilugios que luego se convertirán en juegos didácticos. La entrada es gratuita. Algunas tardes se organizan observaciones astronómicas. Por las mañanas, los niños se tienen que conformar con la simulación del planetario, un techo abovedado que simula la cúpula celeste.

- Silencio, un poco de atención y mucha imaginación, pide Sebastián. Y comienza la sesión, con un cielo cuajado de estrellas que habitualmente no se ve por la contaminación luminosa.

- Ohhhh, dicen al unísono los niños. Sebastián les narra historias, les ayuda a encontrar constelaciones y les lleva por caminos siderales. El barullo inunda el planetario.

- Les decimos que se queden en silencio, pero ante todas estas sorpresas no se pueden callar, se disculpa una profesora.

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