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Reportaje:

La dolorosa resurrección de la Autónoma de México

Juan Jesús Aznárez

María fue guerrillera en los setenta y tiene a su hijo preso en Reclusorio Norte desde que el pasado día 6 una operación policial recuperó la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM). "¿Cómo educamos a nuestros hijos? ¡Pues te lo voy decir: eduqué a mi hijo para que se esforzara en la vida, para que comprendiera lo que es justo, y mira lo que hacen con él estos miserables!". Las instalaciones de la UNAM tomadas por los huelguistas hacía casi diez meses fueron reabiertas, pero la normalidad académica dista de haberse conseguido. La asistencia es irregular y acompañada por las protestas de los padres del medio centenar de estudiantes todavía detenidos. La descripción que María hace de su hijo no corresponde con el informe sobre el perfil de los huelguistas remitido el 11 de noviembre a la Fiscalía General de la República (PGR) por el rectorado de la principal universidad de América Latina, a la que pertenecen 230.000 estudiantes, y cerca de 70.000 profesores, investigadores y empleados. El 100% de los alumnos de algunas facultades acude a sus pupitres, menos del 20% en otras, y cerca de 40.000 nuevos universitarios deberán esperar a noviembre para poder serlo. Teóricamente, este lunes debieran dar comienzo las clases, de verdad, pero no hay garantías de que vaya a suceder. Muchos desertaron a mitad de carrera, buscan trabajo o ya lo encontraron.

María enaltece a su hijo pero Gutierrez Solís, el espía infiltrado en el Consejo General de Huelga (CGH), según el diario Reforma, no observa nobleza en sus miembros. Así los describió en el informe cursado a la rectoría, y a la PGR: "Son personas de aspecto sucio, cabello largo, muchos usan arrancada [anillos] en los oídos, cejas, nariz y labios, incluso había un muchacho que tenía una perforación en la nariz con un trozo de madera atravesado de lado a lado". El conflicto de la UNAM y la calificación de sus protagonistas, melenudos o rebeldes con causa, atraviesa y divide, a la sociedad mexicana aun después de que 2.500 agentes de la Policía Federal Preventiva (PFG) retomaran su campus, procedieran a la detención de aproximadamente 800 personas y devolvieran las instalaciones a las autoridades académicas.

La Ciudad Universitaria presenta un aspecto inquieto, expectante, y las clases se imparten con dispar asistencia, con sillas vacías en los centros donde piquetes promueven asambleas sobre las exigencias no atendidas, sobre la necesidad de reanudar la huelga desencadenada el 20 de abril de 1999. Aquel día la casa de estudios se alzó contra el incremento de las tasas académicas, suspendidas por el rectorado cuando ya era tarde. El pliego petitorio sumó nuevas demandas, entre ellas el paso automático del bachillerato a la universidad, y las negociaciones quedaron trabadas al plantearse la principal reclamación: un congreso universitario sobre el futuro de la UNAM en el que el voto de los estudiantes fuera decisivo.

No hubo acuerdo y actuó la policía, más aplaudida que repudiada. Kilómetros de murales revolucionarios en fachadas y pasillos han sido borrados por el ejército de empleados encargado de acondicionar las aulas, de barrer las cenizas de hogueras donde ardieron banderas anarquistas, dogmas, hoces y martillos, restos de barricadas y retratos del legendario guerrillero cubano-argentino Ernesto Che Guevara. Pero la superación de los enconos, la limpieza de los agravios tardará en llegar, y de los balcones de algunos centros pende la nueva proclama de combate: "Libertad para los presos políticos", libertad para los líderes de una protesta que sus seguidores tratan de reactivar. "Pinches dizque estudiantes, ahí todos greñudos, nada más andan perdiendo el tiempo. Qué bueno que los encerraron". La reflexión de una señora al paso no es aislada y coincide con el criterio de los compatriotas hartos de una rebelión que fue a por todas y acabó adentrándose en la utopía, en política, enfrentando a los partidos en un año fundamental para México: el de las elecciones presidenciales del próximo 2 de julio.

Minorías tiranas

"No debemos dejar que las minorías vuelvan a ser tiranas. Decisiones que alteran la vida académica no deben ser tomadas en asambleas antidemocráticas, sino en otros mecanismos como el plebiscito", pide el investigador Clemente Ruiz Durán en la Facultad de Economía, determinado a evitar el regreso de los ultras, de la intolerancia. La mayoría silenciosa, o alumnos que ahora rechazan a empujones a los radicales, acuden diariamente a clases para intentar continuarlas, o para impedirlas aquella minoría que se dice legitimada por una desatención oficial antigua, delegada de quienes no se pronuncian. Los bedeles piden el carné de facultad para permitir el paso a algunos centros. A mano alzada, las asambleas deciden, y el diálogo es a veces de sordos, trufado por los insultos. A tenor de los escuchados en la Escuela Nacional de Trabajo Social, algunos berrean y otros rebuznan. "¡Votación, votación, votación!", gritan los moderados cuando son mayoría, "¡noooo!", responden los huelguistas si llevan las de perder. "Pinche vieja fea, sal de aquí. Di la verdad", agrede alguien a una periodista de Televisa.

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Javier Hernández, profesor de Cálculo en la Facultad de Ciencias, niega que una cuadrilla aventurera lidere las protestas y la reconquista de las sedes ocupadas durante casi diez meses. "No hubiera sido posible un movimiento de esta envergadura, si fuera que una bola de vándalos tiene usurpada la universidad como dice el Gobierno". De hecho, el miércoles, día 9, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), centroizquierda, que aspira a la presidencia de México con Cuauhtémoc Cárdenas, se sumó a los universitarios y los familiares de detenidos en una marcha que agrupó a cerca de 50.000 personas. Los manifestantes pedían la excarcelación de los detenidos, una universidad pública gratuita y la democrática transformación de sus fundamentos. El rector, Juan Ramón de la Fuente, dice que también la quiere, pero no impuesta por una minoría.

"La verdadera revolución saldrá del estudio y del trabajo no con su perezosa huelga". La pancarta colocada en una tapia de la facultad donde imparte clases Javier Hernández resume el criterio de quienes rechazan que a palos vaya a conseguirse la renovación de la principal cantera de profesionales de México, la actualización de un modelo establecido hace 55 años: "No se rindan", piden a los suyos los líderes encarcelados en el Reclusorio Norte con cargos de despojo, robo o terrorismo, dispuestos a volver a la carga porque sostienen que sin presión el propósito de la enmienda de las autoridades académicas será en vano, y será otra vez burlada. "Al encarcelarnos nos dieron oxígeno", declaró Alejandro Echevarría.

Los vendedores de refrescos, dulces y tortas de Metro Universidad, mientras tanto, aplauden como nadie la reapertura de los campus porque la huelga les llevaba a la ruina. "Qué bueno que se abrió la universidad. Nos las vimos duras". También se las ve y se las desea Candy Valdez, de 22años, estudiante de Matemáticas Aplicadas a la Computación. "Voy, busco trabajo y no quieren a gente de la UNAM. Nos ven como revoltosos. Pero una cosa es que estemos defendiendo la educación gratuita y otra nuestra capacidad". "Tenemos mala imagen en las empresas privadas y en parte del sector público", agrega. "Y entre la propia sociedad. Los propios padres dicen que los universitarios son huevones, que no estudian, y eso no es real". La realidad es que políticos, intelectuales y profesores, mayoritariamente contrarios a la huelga, discrepan sin embargo sobre cuál pueda ser el arreglo que conduzca a la UNAM hacia su modernización y concordia. "Cuidado, los demonios andan sueltos", avisa el analista Adolfo Aguilar Zinser, crítico con lo que considera incapacidad de las instituciones del Estado para resolver conflictos pacíficamente.

Más información: www.unam.mx

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