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Nazis y neos JAIME GARCÍA AÑOVEROS

Vivimos en la moderada conmoción que ha producido la llegada al Gobierno de Austria del partido de Haider, un neonazi que produce más escándalo que temor; porque en el poder ya estaba, aunque en otras instancias territoriales.Pero veo eso: más escándalo y proclamación que sustancia política verdadera en las reacciones, sobre todo de carácter institucional europeo. Porque el problema se presenta, por supuesto, en Austria, pero, sobre todo, en el ámbito de la Unión Europea. La democracia europea (la Unión) se encuentra con el problema de toda democracia coherente: no parece que se puedan aceptar los resultados del ejercicio libre del derecho al voto y a la opinión hasta el extremo en que adquieran preeminencia quienes, lógicamente, acabarían dañando de muerte al sistema democrático mismo. Éste es un problema normalmente teórico, y algún límite habrá que poner al ejercicio libre e institucional de otros principios políticos que, por esencia, podemos llamar antidemocráticos. Lo que habrá que buscar, probablemente, al dar a la democracia un alcance sustancial propio, y no meramente de procedimiento de designación de titulares del poder político en cada concreto momento. Personalmente, me inclino a fijar la sustancia democrática en la garantía, para todos y cada uno, de unos derechos fundamentales (y sus consecuencias). En esta garantía de derechos se encuentra, quizá, la esencia irreductible de estas democracias (y de la europea, entre ellas), que nadie puede enmendar a fuerza de votos; España es un Estado de derechos; la UE es una entidad que garantiza derechos de sus ciudadanos.

Los peligros pueden aparecer por este camino que ha surgido en Austria, y que tiene antecedentes en varios países europeos, pero también por el lado contrario o de orientación ideológica totalmente opuesta a la de los neonazis. En Europa, en general, en la actualidad no son peligros tan operativos o inquietantes, desde el punto de vista de las posibilidades reales de buen éxito, la sombra de algún otro tipo de totalitarismo que destruye derechos, o sea libertades. Pero, vengan por donde sea, hay que tener presente que una de las bases de ese componente de libertades es la libertad de expresión, y a veces las reacciones frente a los excesos pueden pensarse teñidas de alguna clase de espíritu inquisitorial. Una cosa es condenar, o discrepar, y otra, no exactamente la misma, prohibir.

Lo que preocupa es que estas cuestiones, los límites, no están mejor precisados y definidos en la convivencia europea, y que, de momento, no parece haber vía institucional clara para reaccionar. Porque bien está que un partido europeo llame la atención o expulse a los que de algún modo han ido demasiado lejos en la desviación, o traición a las esencias. Pero es poca cosa. Sería conveniente un esfuerzo de precisión de vías institucionales, sin dejar el asunto vinculado a la reacción de un partido europeo. Creo que la Unión debería pensar más en estos mecanismos de defensa de sí misma, no para aplicarlos con criterio inquisitorial, sino para que se sepa lo que en cada momento se puede hacer, contando, lógicamente, con las mayorías adecuadas en los órganos comunitarios.

Una situación como ésta que se ha producido en Austria es susceptible de generar expresiones inútiles y mucha propaganda política. Parece claro que la UE no tiene aún los instrumentos necesarios para digerir este tipo de disidencias; compaginemos las libertades de pensamiento y opinión con el mantenimiento indudable de la solidez institucional que debe tener una UE basada en derechos y libertades de sus ciudadanos. La primera tentación es, como estamos viendo, la de atribuir al discrepante político algún tipo de connivencia, o al menos comprensión profunda, con los planteamientos políticos antisistema. Una especie de alarde de pureza democrática, cuya ausencia se achaca a los que son de otra opinión, aunque ésta se encuentre claramente dentro de las esencias del sistema democrático europeo. La posición institucional que ha adquirido en Austria el partido de Haider requiere, me parece, una actuación "constructiva" de los demócratas europeos, que habremos de defender nuestra democracia europea y sistema de libertades sin complejos, ni a derecha ni a izquierda. Y digo que "habremos de defender" porque la complejidad de la Unión, social, política y territorial, que va a ser creciente, comportará abundantes situaciones en las que esa esencia de la convivencia europea en libertad será puesta en peligro más o menos grave. Precisamente la ampliación territorial comportará un riesgo creciente de que falle esa homogeneidad de fondo. En España hay riesgos de procedencia diversa. Con todos hay que ser igualmente firme y tranquilo; pero muy claro en las posiciones.

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