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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Todos hormigas JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Desde que se hizo pública la alianza Telefónica-BBVA hemos oído las más contradictorias versiones. Desde la prensa progubernamental se fabricó la tragicomedia de la traición. Villalonga, el arribista sin escrúpulos, se convertía en el monstruo que atrapaba en su laberinto a su amigo y protector, en una demostración de que los buenos sentimientos se volatilizan en la misma proporción en que el patrimonio de cada uno crece. Villalonga se arrimaba, según este relato, al BBVA para protegerse del fuego purificador del ángel bueno, escandalizado por el exhibicionismo del dinero de las stock options. Una entrevista del presidente de Telefónica con Felipe González daba el morbo necesario. Aznar era una vez más la virgen despechada que permanecía firme e impávida en la defensa del bien.Cuando el dios mercado premió al BBVA empezaron otros relatos. Los beneficiarios serían el banco y el Gobierno (o una parte de él) más que la compañía. Al fin y al cabo, el otro González, Francisco, el de Argentaria, es un hombre de Rato. Algunos insinúan que los espectaculares juegos financieros de Villalonga no se corresponden con la realidad organizativa de Telefónica y que el BBVA tendría la misión de poner orden en la casa. ¿Y después? "Banquero no hay más que uno y a ti te encontré en la calle". De una versión a otra sólo hay acuerdo en un punto: la operación tiene trastienda política.

Lo aconsejable es apostar por los datos objetivos: a Villalonga y Francisco González les nombró el Gobierno, aunque uno sintonizara con Aznar y el otro con Rato; el Gobierno ha trabajado con tenacidad en la creación de una oligarquía tecno-económica afín a la familia popular a través de un proceso de privatización con técnicas del más puro leninismo, y estamos ante una concentración de poder económico y mediático de una envergadura que, a escala española, desafía todo equilibrio. Pujol ha dicho que por esta vía pronto seremos todos hormigas. Aunque a él le preocupe que no consta que las hormigas tengan patria, estaremos de acuerdo en que no tienen democracia ni libertades.

Se dice que para analizar este acontecimiento hay que formularse algunas cuestiones: ¿Qué responsabilidad tiene el poder político en estos procesos de concentración? ¿Qué beneficio produce el acuerdo a las dos partes? ¿En qué mejora la capacidad de estas empresas para competir en la nueva sociedad globalizada? De momento, el debate parece haberse encallado en la primera cuestión, lo cual es explicable por la permanente contaminación entre política y dinero que en este país ha alcanzado ya los umbrales de la asfixia ambiental. Pero, como efecto de esta contaminación, queda en segundo plano la pregunta que, desde la política, debería ser principal: por este camino, ¿qué será de la democracia y de las libertades?

No vamos a insistir en las dificultades de la política para avanzar en el cambio de escala que a ritmo acelerado está haciendo el poder económico. Pero impera el embobamiento ante el globalismo: como si estuviéramos ante una lógica de la naturaleza frente a la cual no queda otra opción que resistir o ser cómplice. Los ciudadanos delegan su voz a través de la representación política para que se ponga límites al abuso de poder y posición. Se encuentran con la complicidad o la impotencia de los gobernantes. ¿Por qué no se utilizan todos los mecanismos legales existentes? El Gobierno abre dos expedientes. Habiéndose privatizado del modo que se ha hecho, ¿se puede pensar que van a llegar a alguna parte? La oposición pone el grito en el cielo. Tiene una campaña por delante para explicar cómo defendería a la democracia de las superconcentraciones en sectores estratégicos y medios de comunicación.

Todo lo que es eficiente económicamente es bueno. Mientras haya libertad para el dinero lo demás es irrelevante. Este mensaje de la ideología dominante está haciendo mella. El doctrinarismo neoliberal empezó a reexpandir este discurso cuando fue a echar una mano al Chile de Pinochet. Y cundió. Al fin y al cabo, dicen, la libertad es un lujo para quienes puedan pagárselo. Por este camino, tiene razón Pujol: todos hormigas. Menos unos cuantos, por supuesto.

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