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Elecciones 2000

Los españoles se extinguen

Qué aspecto tendría el mundo si no hubiera alemanes, se preguntaba hace 20 años el Nobel Günter Grass. Bromas aparte de un genial polaco imaginando que los alemanes se extinguen, lo cierto es que hace décadas que la Europa rica discute sobre la disminución de sus poblaciones. Pero en España, por aquellas fechas, abrumaba la explosión demográfica de los sesenta, cuando el franquismo entregaba cada año medio centenar de premios de natalidad, uno por provincia, a matrimonios con 15 y hasta 19 hijos, los que tenía en 1971 el periodista Jesús Fragoso del Toro.Un extremo o el otro. Frente a tasas de fecundidad de hasta cinco hijos por mujer en edad fértil a finales del siglo XIX e índices de 2,65 entre 1931 a 1936, los años de la II República, España está ahora en tasas de 1,07, insuficientes para reponer las de mortalidad. De forma que, apelando a Günter Grass, los españoles corren el riesgo de extinguirse: dentro de 30 años, a este ritmo de decrecimiento, habrá 10 millones menos de españoles. Y ello a pesar de la deslumbrante tasa de esperanza de vida que disfrutan: 74,7 años los hombres y 82 años las mujeres. En 1860, el español vivía 29,1 años de media y hubo que esperar a 1930 para que esa esperanza de vida alcanzase los 50 años.

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La alarma demográfica se produce, además, en un periodo prolongado de tranquilidad civil. En la guerra de Cuba murieron 100.000 españoles, la gripe de 1918 provocó la muerte de 147.114 personas, y otras 25.000 perdieron la vida en las desastrosas campañas bélicas de Marruecos, mientras que el golpe militar de 1936 y la terrible dictadura posterior causaron una sangría demográfica de casi un millón de personas entre muertos, desaparecidos y los demócratas que tuvieron que abandonar el país para salvar sus vidas. Pues bien, en esos años hubo entre 620.000 y 670.000 nacimientos anuales. Hoy nacen apenas la mitad y se han superado con creces los pronósticos más pesimistas. Un informe de 1985 titulado Estadísticas históricas de España. Siglos XIX-XX, se sorprendía porque dos años antes, en 1983, sólo hubieran nacido 500.000 españoles, "un mínimo que en estos últimos 125 años sólo se había alcanzado en 1938 y 1939", se decía en el capítulo sobre natalidad y fecundidad.

No es la primera vez que el comportamiento reproductivo de los españoles se separa sin contemplaciones del modelo europeo medio. Por ejemplo, el descenso de la fecundidad se inicia en el Reino Unido y en los países escandinavos en 1850-1860, mientras que en España esa tendencia se retrasa hasta finales de ese siglo. Claro, que la diferencia también se produjo en otros ámbitos de desarrollo social: en la España de 1900 los maestros cobraban entre 75 y 250 pesetas anuales (menos de lo que ganaba un obrero agrícola: de ahí la frase "pasas más hambre que un maestro escuela"); el 67,8% de los españoles era analfabeto, y sólo había 59 institutos de bachillerato con apenas 28.000 alumnos y 10 distritos universitarios con 8.502 matriculados (en este curso de 2000 hay 1.470.000 universitarios).

Otro asunto es cómo se hacen las cuentas. Desde que el conde de Floridablanca ordenó realizar el primer padrón en 1775, los censos de población en España no son precisamente dechados de perfección, una incompetencia conocida pero no denunciada por nadie hasta que, en 1906, el Instituto Geográfico hizo la brutal advertencia de que la omisión de nacimientos en el Registro Civil alcanzaba entonces nada menos que al 6% de los nacimientos reales. Eran los españoles "perdidos", una categoría tan maltratada como ahora los emigrantes que "no existen" porque no tienen papeles.

Lo malo es que aquella incompetencia ha devenido en picaresca: en el padrón de 1991 se descubrió, mediante el censo posterior, que ayuntamientos y autonomías habían inflado las cifras hasta en 700.000 habitantes de más para obtener fondos del Estado adicionales. Y, por hablar de ahora mismo, la Junta de Andalucía -socialista- y el Gobierno central -PP-, se vienen tirando los trastos del último censo a la cabeza porque Madrid, como se dice en provincias, está empeñado en rebajar el número de andaluces para reducir también el trasvase de recursos a Andalucía.

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Conflictos políticos, se dirá. Los gobernantes de la Ilustración, en cambio, aludirían a cuestiones de capacidad. Si "gobernar es poblar", como argumentó un estadista argentino en 1853 (e inmediatamente se abrieron las puertas de Argentina, cada año, a un cupo de 25.000 españoles), el control de la alarma demográfica tiene que ver, sobre todo, con el desarrollo y el equilibrio territorial de un país, y con las ayudas que una sociedad esté dispuesta a destinar para políticas de natalidad que no son sólo premiar el nacimiento de un tercer hijo, como ahora (una entrega única de 75.000 pesetas: no alcanza ni para la cuna), sino medidas de apoyo a las familias numerosas en fiscalidad, vivienda, guarderías y hasta en que esos padres no guarden turno en determinados centros oficiales o comerciales, como ocurre ya en algunos países de la UE.

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