El legado de Tomás y Valiente.
Hace ya cuatro años que el profesor Tomás y Valiente no está con nosotros. Ahora bien, como ocurre siempre que desaparece una persona que ha dedicado su vida al pensamiento y a las letras, nos queda su obra, pulcramente recogida y publicada en 1997 por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en seis volúmenes bajo el título de Obras Completas, aunque evidente resulta que se trata de una obra inacabada o, dicho con más exactitud, de una obra truncada.En tiempos como los que, por fortuna o por desgracia, nos ha tocado vivir, caracterizados por cambios históricos de notable envergadura y por una gran confusión a nivel intelectual y político, el magisterio de Tomás y Valiente se echa de menos. Sin embargo, podemos acudir a su obra escrita con la garantía de que en ella encontraremos la claridad suficiente y los criterios adecuados para enfrentarnos a los múltiples problemas de la realidad actual.
Si pretendemos encontrar el rasgo definidor y unificador del pensamiento y la obra de Tomás y Valiente, probablemente lo hallemos en su compromiso con la democracia y con los derechos fundamentales, esto es, con el Estado Constitucional. En un momento en el que éste se ve sometido a un proceso de acoso y derribo desde varios frentes y en el que, interesadamente, se pretende ocultar el dato incontrovertible de que, hoy por hoy y sin que se vislumbre ningún tipo de alternativa realista, el Estado es la principal instancia en la que se puede realizar lo que los escolásticos denominaron bien común y desde el Renacimiento se entiende como interés general, en las obras de Tomás y Valiente siempre encontraremos acertadas reflexiones en defensa del Estado democrático.
El día en que tomó posesión como consejero permanente de Estado, Francisco Tomás y Valiente condensó en pocas frases su experiencia y trayectoria vitales: "El mayor empeño de mi vida ha sido seguramente el de servir a nuestro Estado constitucional, es decir, a todos mis conciudadanos". Y, efectivamente, como jurista, como profesor universitario, como historiador del Derecho, como magistrado y presidente del Tribunal Constitucional, como hombre comprometido con los problemas de su tiempo, el profesor fue, como ha habido muy pocos, un ejemplar servidor del Estado. Y esto debe destacarse tanto más en una época en la que no son pocos los que consideran hazaña meritoria no el servir, sino el engañar al Estado.
Esta idea de servicio al Estado, es decir, a sus conciudadanos, inspiró toda su obra, y, en este sentido, revisten el carácter de un testamento intelectual y político las palabras con las que inicia el prólogo de su obra póstuma A orillas del Estado. Obra cuyas muchas virtudes es mejor que cada cual descubra con su lectura personal: "Hoy el Estado tiene mala prensa. Tampoco la tienen buena, sino peor, el Gobierno, los partidos y los políticos, porque cuando sopla el viento del descrédito, con todos, confundidos y revueltos, arrambla. Pagan justos por pecadores y el resultado, por algunos previsto y querido, es la debilitación de lo público en aras de una santa sociedad civil o mercantil, adorada por quienes no saben muy bien qué es ni a quién favorecen cuando la invocan. Menos Estado y más mercado era el titular reciente de una revista de economía, como si, sin aquél, fuera posible éste. Quien ha escrito los párrafos que componen este libro cree en el Estado y no se avergüenza de hacer pública su fe, pues no se trata de convicciones asumidas más allá de la razón, sino su creencia, en sentido orteguiano".
Como hombre de razón, imbuido de los valores de la Ilustración, nos previno siempre del irracionalismo y de los letales efectos de sus distintas manifestaciones. Fueron precisamente los enemigos de esos valores, los que frente a la fuerza de la razón que Tomás y Valiente siempre ostentó sólo pueden alegar la sinrazón de la violencia, los que acabaron con su vida. Tomás y Valiente ya había advertido en reiteradas ocasiones sobre los peligros implícitos en el irracionalismo más boyante de nuestro época: el nacionalismo. En sus Escritos sobre y desde el Tribunal Constitucional señalaba: "Todo nacionalismo esencialista es funesto. Las esencias son terribles porque ni es fácil saber racionalmente en qué consisten, pues no son objeto de experiencia sino de creencia, ni para quienes en ellas creen admiten cambios ni excepciones, antes bien exigen fidelidades en cuyo nombre es válida la coacción, la violencia, la guerra".
Desde esa perspectiva racionalista e ilustrada explicó siempre las relaciones entre Constitución e historia. Para el insigne historiador no hay historia frente a la Constitución ni sobre el poder constituyente que la alumbró.
La lucidez de este gran historiador y jurista fue puesta al servicio de la sociedad en que vivía. Pocas personas comprendieron y explicaron con tal claridad lo que el Estado autonómico significa. De la misma manera, nadie como él advirtió con tanta precisión de los riesgos que dicho modelo de organización territorial implica. Y así pudo escribir en 1992 palabras que los gobernantes de hoy harían bien en releer: "Hay que dar por terminado el proceso constituyente. Un Estado no puede permanecer indefinidamente en proceso constituyente sin poner en riesgo la unidad de la sociedad política subyacente, la unidad de la nación. Si no se pretende conscientemente esa ruptura es imprudente desencadenar fuerzas que pueden conducir a ese resultado".
Tomás y Valiente era plenamente consciente de que el Estado autonómico podía fracasar y, entre las causas que podían romper el sistema, señalaba fundamentalmente dos: en primer lugar, la falta de cooperación tanto entre las Comunidades Autónomas entre sí, como entre éstas y el poder central; y, en segundo lugar, la competitividad entre ellas por alcanzar más altos techos competenciales. Se refería así el antiguo presidente del Tribunal Constitucional a esta situación: "El sistema previó una sustancial diferencia com-
petencial entre unas comunidades y otras, con la posible modificación al alza de las competencias de las comunidades inicialmente dotadas de menos. Transcurrido el plazo fijado, unas comunidades reclaman más competencias, y otras rechazan la igualación, de modo que si ésta se produjera por el crecimiento de las menores, las inicialmente dotadas de más alto techo competencial exigirían, por una vía como la del artículo 150.2 de la Constitución o por la reforma estatutaria, nuevas competencias. Es claro que este proceso es en hipótesis repetible en ciclos sucesivos. Es, a mi entender, no menos claro, que si tal proceso se pone en marcha, el sistema puede romperse".
De esta forma, Tomás y Valiente diagnosticaba la principal enfermedad de nuestro Estado autonómico. Éste parece evolucionar en la forma de un Estado autonómico competitivo que sólo puede desembocar en su ruptura. Frente a ello, es preciso defender la consolidación de un Estado autonómico cooperativo. Dicho con otras palabras, hay que reemplazar la competencia por la cooperación. "Sin lealtad constitucional, sin una predominante preocupación por la gobernabilidad del Estado", nos advertía Tomás y Valiente, "el sistema puede romperse. (...) En momentos iniciales era comprensible, y aun sana, una exigencia llamémosla egoísta de poder, estatal o autonómico, que, por impreciso, requería de su titular un celo vigilante. Esa etapa pasó, y si ahora no se sustituye el celo vigilante por la confianza, la reclamación constante por la constante voluntad de entendimiento, la lectura parcial de tal o cual precepto por la global lealtad constitucional, por la lealtad a una Constitución que es de todos, el sistema puede romperse".
Podríamos seguir aquí recordando otras muchas reflexiones del insigne jurista. Todas ellas nos pondrían de manifesto la permanente actualidad de su pensamiento. Sirvan las aquí expuestas como un homenaje a su memoria cuatro años después de su brutal asesinato.
Javier Tajadura Tejada es profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco.
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