¡Hipocresía no, por favor!
Así que ya está: Austria tiene un Gobierno que incluye al Partido de la Libertad del señor Haider. La perspectiva no es muy halagüeña. Aunque el partido de Haider ya formó parte del Gobierno en el pasado -en coalición con los socialistas de Bruno Kreisky-, desde entonces se ha vuelto más censurable. No es "extrema derecha", sino desgraciadamente algo más cercano al fascismo en el sentido de que representa el "extremismo del centro" (como el sociólogo norteamericano S. M. Lipset describió a los fascistas hace muchos años). Sin embargo, no es inequívocamente fascista; su líder se las apaña para amoldar sus emociones al talante popular. En cierto sentido, es más un oportunista que un ideólogo.Hasta aquí, mal. Está bien que los intelectuales y la opinión pública informada expresen sus opiniones sobre este acontecimiento en términos nada ambiguos. Pero, ¿qué pasa con las opiniones de los gobiernos de Europa y del resto del mundo? ¿Qué pasa con la Unión Europea? ¿Está bien que hayan declarado su hostilidad hacia el nuevo Gobierno austríaco incluso antes de que se hubiese formado? ¿Resulta creíble ese planteamiento amenazador de los socios de Austria en Europa y en el resto del mundo, y sirve para algo? Con respecto a esto, tengo mis dudas.
El problema no reside fundamentalmente en que estos ataques prematuros y frecuentemente desinformados contra Austria puedan ser "contraproducentes". Hay momentos en los que se tiene que vivir con esta posibilidad, que en cualquier caso queda por demostrar, y probablemente no se pueda demostrar. Hay cuestiones de principio que exigen una postura clara, aunque su efecto sea impredecible.
Personalmente, no me preocupa ni el tema de la soberanía de las naciones ni el consiguiente razonamiento de que el respeto a dicha soberanía prohíbe las injerencias externas. Al menos en Europa, la política nacional de cualquier país se ha convertido en la política nacional de todos. Si Europa significa algo más que el mercado único, debe significar que lo que ocurre en sus Estados miembros está sujeto al escrutinio de todos los demás. De hecho, desde los acontecimientos de Kosovo, hemos adoptado -no sin dudas, aunque también con firmeza- la doctrina de que determinadas cuestiones importantes relativas a los derechos humanos y a las instituciones democráticas tienen una importancia global.
Con respecto a la hipocresía de los que critican a Austria, surge una serie de dudas más difíciles. ¿Qué ha llevado a los Gobiernos de la Unión Europea a expresar unas opiniones tan fuertes incluso antes de que se formara el nuevo Gobierno austriaco? ¿Habrían sido igual de tajantes si Austria fuera un país del tamaño de España o de Alemania? ¿Fueron igual de francos cuando el Gobierno de Italia incluyó a un partido que muchos describían como neofascista? ¿Han examinado tan de cerca a todos los países de la Unión? ¿No será quizás que sus razones para intervenir son en parte nacionales y electorales? ¿No estará el presidente Chirac cobrándose una vendetta personal con un hombre -Haider- que le calificó de líder cansado y sin esperanzas?
También hay una cuestión alemana que merece ser tenida en cuenta. El atacar a Austria es en cierto sentido una advertencia para Alemania. Pero una advertencia ¿de qué? ¿Es que se considera a Austria como una parte débil de una nación alemana más amplia en la que podrían ocurrir cosas parecidas? Éste sería un análisis muy desencaminado, pero lo cierto es que no parece haber mucho análisis en la reacción de los Gobiernos europeos ante los acontecimientos en Austria.
El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, ha sido atacado por su postura -y la de la Comisión- aparentemente "más blanda" con respecto a Austria. Puede que sólo sea más realista, de hecho más política. Sabe que en la Unión Europea todo va a seguir como de costumbre y que no habrá ninguna razón inmediata para que deje de ser así. No tiene sentido descartar a Austria a menos que el nuevo Gobierno austriaco haga algo escandaloso, ni hasta que lo haga. De hecho, no existe base alguna ni en el Derecho europeo ni en el internacional para apartar a un país cuyo Gobierno no se ajuste al talante político imperante. Austria no constituye, o desde luego no todavía, un caso para adoptar sanciones de ningún tipo.
Permítanme que lo repita: los que amamos la libertad y nos preocupan los ataques contra nuestras libertades tanto desde la derecha como desde la izquierda, tenemos buenos motivos para estar inquietos por el nuevo Gobierno de Austria. Se le seguirá de cerca, y así es como tiene que ser. La no injerencia es una línea de defensa inaceptable frente a las críticas. Pero una cosa es movilizar a la opinión pública contra un Gobierno indeseable y otra bien distinta invocar a las instituciones para que luchen contra él.
Por lo tanto, en mi opinión, sería buena idea que los líderes políticos europeos dejaran de utilizar un lenguaje irresponsable y a veces hipócrita con respecto a Austria. La comprensible reacción de Israel, y la de los estadounidenses, que están en un año de elecciones en el que hay que cortejar los sentimientos de los grupos influyentes, ya son lo bastante serias. Europa, la Unión Europea y sus Gobiernos, deben demostrar que no libran una batalla personal o de partidos políticos, sino que hablan en serio cuando exigen el respeto al Estado de derecho y a la democracia de aquellos países que llaman a sus puertas. Se debe predicar con el ejemplo, que en este caso significa que hay que prestar atención a las palabras y los actos procedentes de Viena, y vigilarlos estrechamente, y aparte de eso, guardar un periodo de silencio público.
Ralf Dahrendorf es sociólogo, fue director de la London School of Economics y es miembro de la Cámara de los Lores. © La Repubblica / EL PAÍS.
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