Improbable expansión del 'caso austriaco'
Un puñado de seguidores de Bruno Mégret se dieron cita la semana pasada ante la Embajada de Austria en París para corear eslóganes de apoyo al Gobierno austriaco sancionado mientras la Liga Norte de Italia aprobada una entusiasta resolución de respaldo a las nuevas autoridades vienesas.Algunas de estas manifestaciones pueden dar la impresión de que la llegada al poder en Viena del extremista Jörg Haider no sólo suscita una corriente de solidaridad entre la extrema derecha europea, sino que la galvaniza ante las próximas convocatorias electorales.
Nada más alejado de la realidad. Haider es un "oportunista más ávido de poder que de defender sus ideas", aseguraba Jean Marie Le Pen, el líder del Frente Nacional francés, encontrando así otro motivo de disputa con su antiguo lugarteniente Mégret. "Si en Europa hay una derecha opuesta a la nuestra, ésa es la de Haider", recalcaba Gianfranco Fini, de la Alianza Nacional, desmarcándose de Umberto Bossi y su Liga Norte.
El acceso del Partido Liberal de Haider al Ejecutivo vienés ha reavivado, por lo menos en un primer momento, las peleas fratricidas entre ultraderechistas por las que en Francia ya han tenido que pagar un alto precio electoral. Entre las legislativas de 1997 y las europeas del año pasado, la extrema derecha cayó del 15% al 9%.
Mientras en Francia está en declive, la ultraderecha goza, sorprendentemente, de buena salud en algunos de los países más prósperos del Viejo Continente, como Dinamarca, donde los extremistas disfrazados de populares y progresistas lograron hace dos años el 9,8%; en la región de Flandes, donde una quinta parte del electorado se inclina por los ultranacionalistas del Vlams Block (Bloque Flamenco), y en Suiza, cuya Unión Democrática del Centro alcanzó el 23% de los sufragios.
Esta extrema derecha comparte en buena medida con Haider su rechazo a la inmigración y a la construcción europea, al tiempo que preconiza una política económica neoliberal. Se diferencia, sin embargo, de las prédicas del fanático austriaco por un mayor acatamiento del orden constitucional, su distanciamiento más nítido del nazismo y la ausencia en sus discursos de alusiones antisemitas. Al empezar a tocar poder, los liberales austriacos han matizado estos días algunos de sus postulados como ya lo hicieron en su día los neofascistas de Fini cuando, en 1994, entraron de la mano de Silvio Berlusconi en el Gobierno de Roma.
El único síntoma de contagio del fenómeno Haider se ha producido, por ahora, en Suiza. Indignados por el aislamiento al que sus socios europeos someten a Austria, 11 asociaciones suizas, incluidas dos de extrema derecha, han intensificado su campaña de recogida de firmas -la semana pasada iban por las 70.000- para lograr la convocatoria de un referéndum con objeto de impedir al Gobierno de Berna que lleve adelante su proyecto de estrechar lazos con la UE.
Para buena parte de los politólogos europeos que han escrito sobre el fenómeno Haider, el verdadero riesgo de contagio está en Alemania. El propio canciller alemán, Gerhard Schröder, ha dado crédito a esta tesis al advertir públicamente hace diez días que "el hundimiento de la CDU podría suponer el principio de la haiderización del panorama político" de su país.
Canalizado antes por los republikaner del ex SS Franz Schönhuber y después por la Deutsche Volksunion de Gerhard Frey, el voto de la extrema derecha es tan minoritario en Alemania que es difícil que los partidos que lo cosechan salgan de su marginación. La hipótesis más probable es que si la CSU, la rama bávara y más conservadora de la democracia cristiana, no resulta desestabilizada, su líder, Edmund Stoiber, asuma la dirección de la derecha.
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