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Tribuna
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Vecinos

En los últimos diez años, ha descendido considerablemente los tiempos de conversación diaria con los tenderos, con los vecinos o con la familia. Gradualmente, donde había palabrería se extiende el silencio, donde reinaba una tactilidad se instala un asolador vacío. En consecuencia, cada vez sabemos menos de los alrededores humanos y los tememos, por lo tanto, más. Actualmente, Álex de la Iglesia rueda en Madrid una película sobre el terror vecinal que es, como ha olfateado De la Iglesia, el máximo terror al que nos sentimos expuestos. Nadie se encuentra más cerca de herirnos que el ser más inmediato; nada es más fatídico o dañino que lo que proviene de la intimidad. De una parte sentimos una voluptuosa atracción para fundirnos con alguien mientras intuimos también que en esa decisión pereceremos. En España, el 63% de los ciudadanos dice haber sido alguna vez protagonista de un flechazo amoroso pero en Estados Unidos es sólo del 27%. Allí apenas se fían ya de nadie sin identificar. Los entornos se encuentran, aquí o allá, poblados de incontables asechanzas pero, sobre todo, del peligro peor que es el anonimato de los otros. Día a día, los telediarios tienden a mostrarnos, vecindad a vecindad, cómo desde donde menos pudiera esperarse surge un extraño asesino o un encarnizado violador, un marido que lincha, un jubilado que dispara por la ventana, unos adolescentes que se transforman en psicópatas armados. El acoso del terror no procede de los recintos acotados del terror sino de una inminencia que planea por encima del peinado, humeando en la sopa del comedor, explotando en el barnizado del armario o esperando en una parada de autobús. La vida urbana de hoy ha sustituido la serena repetición rural por una amenaza anidando en las rendijas de la rutina. En cada momento, en cada instante siguiente del reloj un indicio conocido se trasmuta en un relámpago que deshace la forma de la cotidianidad y tanto más cuanto más reiterada y apacible nos parezca. El desarrollo del mundo ha terminado con la épica, con la epopeya y la aventura real y, a cambio, ha entregado esta dosis de miedo interior o esta obsesión de riesgo que se confunde con la neurosis de vivir sin paz.

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