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Mustafá

Wolfgang Schlüssel lleva pajarita, como los diplomáticos elegantes, y es otro de esos centristas austriacos del Partido Popular europeo. Mustafá, no, Mustafá es de Tetuán, lleva chilaba y tenía un bar en El Ejido. Hasta el domingo pasado, porque ése día se lo quemaron, por ser moro. Lógico ¿qué hace un moro en El Ejido?, y, además, con un bar. Schlüssel gobierna ahora con Haider en Austria. Mustafá no, no estaría bien visto; ni siquiera tiene policía que le ampare, al parecer no tiene derecho a ello. Además, complicaría mucho las cosas aplicar la ley a los matones, según sugiere el ministro. La paz, a cambio del bar de un moro. Aunque a éste le costara diez años conseguirlo. No parece un precio demasiado alto.Hay muchos que siguen creyendo que el nacismo, el racismo o la xenofobia son enemigos que habitan en el exterior, perfectamente localizados, a los que se les puede aislar dibujando una simple raya en el suelo: ellos, racistas, nosotros, demócratas. Se equivocan, el fundamentalismo, éste o cualquier otro, no se sustenta en razones genéticas o geográficas. Tampoco es cosa de un reducido grupo de sujetos iluminados que, en ciertas condiciones, engañan a una parte de la población prometiendo soluciones definitivas para sus deseos existenciales de pureza. No, la xenofobia y el racismo sólo avanzan firmemente a lomos del debilitamiento de los valores democráticos, para acabar siendo la última defensa de los ricos frente al desorden de las costumbres, la confusión de razas y culturas, y las amenazas provenientes del sur que cuestionan su tranquila, y abundante, existencia, en medio de la miseria.

Por eso, Austria es un buen ejemplo, uno de los países más ricos del mundo, cuna de imperios legendarios, del vals, de Sissí emperatriz y de la familia Trapp... pero también de Adolf Hitler, quien, como ahora Haider, llegó en el momento apropiado, en el lugar preciso, para decir al mundo ¡basta! Y por eso Europa, la democrática Europa, no debe sólo condenar al gobierno austriaco, sino plantearse las verdaderas raíces del hecho; mirar hacia dentro, hacia sus propios ciudadanos. ¿Qué se ha hecho de la educación democrática, de la ética, de la tolerancia, del respeto a las minorías, de los valores humanos?, ¿qué piensan ahora muchos jóvenes, que no conocen de dictaduras, empujados como están a aprender sólo lo justo para ganar dinero y acumular bienes materiales?; lo único, por cierto, que, al parecer, les hemos enseñado.

No se busquen salidas imaginativas o exóticas. Sólo existe una vacuna eficaz contra el fascismo: la convicción democrática, profunda, individual e intransferible; se administra en las escuelas y en las familias, y se renueva cotidianamente con el ejemplo de los políticos que nos representan. Pensemos sobre ello, a la vez que condenamos al gobierno austriaco. Hoy es Austria, como mañana puede ser Suiza. O la propia España: judíos, sudacas, y, ahora, moros, como los de El Ejido, acorralados impunemente por seudonazis bajitos, de tez morena (lo cual es todavía más patético) y a los que Haider expulsaría, sin dudarlo, de Austria, por pertenecer a razas inferiores.

No, no están fuera, están aquí mismo, entre nosotros. Tal vez sean nuestros vecinos, los padres de los amigos de nuestros hijos, incluso nuestros propios padres, o tal vez nuestros hijos. ¿Acaso nos hemos olvidado de aquellas personas tan respetables que justificaban las torturas y los encarcelamientos de Franco?, algo habrán hecho, decían; ¿o aquellos otros, prohombres de la patria valenciana que no dudaban en golpear impunemente a los rojos catalanistas durante la transición política, ante la mirada cómplice de una policía al servicio del régimen? La mayoría de ellos son ahora, con toda seguridad, gente amable, algunos de misa frecuente, con la que nos saludamos y convivimos en el trabajo, o en el supermercado, a la espera de que surja de nuevo el salvador. Entre tanto votarán al PP, o al GIL, que está más cerca, o, sencillamente, no votarán, hasta que venga su Haider particular. Y mientras, los partidos políticos, pilares de la democracia, enredados en su propia banalidad, con pocos valores que mostrar y sin demasiada fuerza para ser, percisamente, espejo de moralidad. ¿De qué nos quejamos, pues, ahora? Tal vez la música de la intolerancia sea monocorde y poco imaginativa, pero, después de tantos años de mediocridad política, ¡parece tan nueva al oído de los jóvenes!

No, el fascismo no es una enfermedad genética o geográfica, sino un virus latente que, a poco que nos descuidemos, puede propagarse velozmente por todas partes, infectando a la mayoría de la población. Desde luego, la razón de que Mustafá ya no tenga un bar en El Ejido es, se diga lo que se diga, la misma que ha llevado a Haider al poder en Austria, bajo la mirada cómplice de Schlüssel, el de la pajarita.

Y a los que prefieran seguir mirando para otra parte no les vendría mal recordar aquellas proféticas palabras de Bertold Brecht: primero fueron a por los comunistas, pero tú no te inquietaste porque no eras comunista, luego fueron a por los judíos, pero tú no eras judío... Ahora vienen a por tí, pero, desgraciadamente, ya no queda nadie que pueda ayudarte.

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Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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