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LA CRÓNICA

Hacerse el zueco ISABEL OLESTI

En Meranges se hacían los zuecos antes de la llegada del turismo y lo que hacen ahora es enseñar el zueco a los turistas. Esto no es un diálogo para besugos sino la más pura realidad. Y si no acérquense ustedes al valle de Toba -en plena Cerdanya- y encontrarán el bello pueblo de Meranges, que desde hace unos meses puede presumir de tener el único museo del zueco de Cataluña. Claro que además presume de ser el pueblo más alto de la comarca (1.540 metros) y de tener uno de los parajes más encantadores y con más ofertas de estas tierras: ríos para practicar la pesca, bosques donde habita desde el rebeco hasta el corzo, el urogallo o el jabalí, prados en los que crece el regaliz y la achicoria, lagos a casi 3.000 metros de altura, cuevas, picos para el deleite de excursionistas y en invierno -si la nieve lo permite- un laberinto de pistas para el esquiador además de una respetable oferta culinaria que va desde la cocina tradicional hasta un relais du silence.Todo eso -o casi todo- hace 30 o 40 años no trascendía más allá del valle y el resto del mundo -o lo que ahora se llama "turismo"- vivía ajeno a esos encantos. Por aquel entonces la gente de Meranges se ganaba el sustento con la ganadería en verano y con la fabricación de zuecos en invierno. En esta actividad llegó a ser el centro de fabricación más importante de todo el Pirineo.

Lo primero que vimos al llegar a Meranges fue una mujer acarreando una voluminosa bandeja de carne que salía precisamente de la carnicería y se esfumaba en la penumbra del bar restaurante Cal Joan. Animados por tan prometedor espectáculo, nos adentramos en las calles de Meranges y quedamos aún más maravillados de sus casas de piedra, sus establos, el riachuelo que cruza el pueblo... Nos parecía entrar en un auténtico belén, como los que lucían por aquellos días en las casas que siguen la tradición navideña. Lo que no esperábamos encontrar fue el cartel que anunciaba el Museu de l'Esclop.

Preguntamos a una vecina y nos remitió a Cal Joan: allí tenían la llave, aunque no acostumbran a abrir entre semana. Pero tentamos a la suerte y funcionó. Meritxell nos abrió la vieja rectoría que luego pasó a ser alcaldía y ahora alberga el museo. La visita sigue el proceso de elaboración del zueco: la madera, la tala, el taller, las herramientas utilizadas... hasta llegar a una vitrina con viejos zuecos regalados por los habitantes del valle.

El zueco servía para caminar por la nieve y trabajar en el campo. Los de hombre se distinguían por tener la punta o nariz más fina que los de mujer. Los zuecos de niños llevaban a menudo una herradura en la suela para que pudieran patinar en el hielo; o todo lo contrario: se ponían clavos en la suela para que no resbalaran. Los había para trabajar y para las fiestas: éstos estaban revestidos de cuero o de alguna tela. En los años cuarenta, con la llegada del caucho, los zuecos añadieron ese material a las suelas; más tarde, las botas de agua y las chirucas los desbancarían definitivamente.

"Hace sólo dos años aún se veía a Andrea Pons calzando sus zuecos para dar de comer a los conejos", comenta Meritxell mientras nos los muestra expuestos. Los hermanos Girul -Maria y Mingo- fueron los últimos que dejaron de fabricar zuecos en Meranges. De eso hace 10 años. Hasta entonces el pueblo abastecía no sólo a la Cerdanya, sino a Barcelona, donde era consumo usual de mataderos y pescaderías.

La madera destinada a la producción de zuecos debe ser ligera, impermeable, resistente, compacta y sin nudos. Estas peculiaridades las reúne el pino joven, que en el valle de Meranges tiene dos variedades: el rojo y el negro. Aún hoy queda algún almadreñero, pero sólo trabaja para el turista.

No pudimos subir a los lagos porque la nieve lo impedía, pero sí que nos dimos un buen atracón, que era lo más sensato en un día frío de enero. Al salir del pueblo vimos a una mujer en su huerto chamuscado por la nieve. Instintivamente nuestros ojos se detuvieron en sus zapatos. Como era de suponer no llevaba zuecos.

Vicens Gimenez

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