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Tribuna:LA CRÓNICASERGI PÀMIES
Tribuna
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Oda a la 'chuche'

Los adultos las llaman golosinas. Los adolescentes, gominolas. Los niños, chuches. Pertenecen a la familia del caramelo, entendido como un universo abierto a múltiples derivaciones de materia inorgánica viscosa y dulce. Siempre han estado de moda, pero ahora han ampliado su red de distribución y uno puede encontrar grandes alijos de chuches en centros comerciales, aeropuertos, tiendas especializadas o vestíbulos de multicines. Casi siempre les acompaña una representación minoritaria de frutos secos y, en ocasiones, ruidosas y pestilentes máquinas de fabricar palomitas. En bolsa o a granel, la chuche no alimenta pero estimula. Una vez en la boca, nos retrotrae a la infancia y quién sabe si también a un futuro en el que todos los alimentos serán así: blandos y extraños. Su precio es asequible. La bolsa de 125 gramos se paga a 165 pesetas mientras que la cotización del kilo de golosina a granel se mantiene en unas razonables 1.500 ptas.La chuche es un peligro. Uno empieza comiéndose una, pero no basta y hay que reincidir con más, hasta hartarse y sentir, en el fondo del estómago, un leve vaivén cercano al mareo. Si, por curiosidad, tiene usted la tentación de acercarse a una bolsa de chuche industrial y comprobar la lista de componentes, no se asuste: jarabe de glucosa, azúcar, agua, gelificante (almidón modificado o de maíz y gelatina), acidulante (ácido cítrico, aromas, colorantes -E104, E110, E122, E131, E153-), agentes de recubrimiento (aceite vegetal, cera de abeja, cera carnauba). La chuche es así. Parece simple, pero no lo es. Sus efectos son letales. Uno entra en un cine y se pone ciego de chuches -¡y cuán doloroso resulta comprobar que sólo nos queda una, la última, y saber que la haremos durar y la miraremos a contraluz, hermoso osito amarillo!- y, de repente, la pantalla se llena de un caballero sin cabeza decapitando a pobres desgraciados perdidos en un bosque de nieblas. Son alucinógenos infantiles, la antesala de vicios mayores que nunca alcanzarán la intensidad de éste, en el que uno recae cíclicamente, como si quisiera revivir aquel cruel momento en el que nuestra madre dijo: "No entiendo cómo pueden gustarte estas porquerías" ("¿y tus riñones al jerez, qué?", pensamos sin atrevernos a decirlo).

Reproducción en goma de personajes de dibujos animados, botellas de cola en miniatura, ositos, cocodrilos, plátanos, estrellas, un mundo de derivados que compiten en atractivo y densidad de azúcar. El nombre industrial de la chuche es, en principio, caramelo de goma, aunque algunos fabricantes se atreven a anunciarlos como gomas a secas. Los adultos acompañan a sus hijos a comprarlas y les ayudan a llenar la bolsa. De reojo, vigilan la elección del crío y, al final, imploran: "¿Me das una?".

Chuche, que nombre más cursi. Proviene de chuchería, que suena a capricho cuando no lo es. Capricho es el pollo, la patata, la ternera, el pescado. Pero la chuche, la auténtica, mezclándose en una bolsa de celofán, compartiendo viscosidad en distintos formatos, nunca puede ser un capricho. Lentamente gana terreno. El fruto seco nota que le van marginando de los expositores. La chuche aprieta. En el Centro Costa Salguero de Buenos Aires se organizó, en marzo del año pasado, el salón Expogolosina 99, un acontecimiento que lleva 13 temporadas en cartel. Mayoristas, importadores uruguayos, paraguayos, chilenos, brasileños, colombianos y venezolanos acudieron para intercambiar información acerca de la chuche. Parece poca cosa, un vulgar manjar de serie B, pero es lo bastante importante para estar en Internet (www.imfoc.com/espanol/golosinas). Me parece estar viéndolos: jefazos de empresas de chuches reunidos alrededor de una mesa y traficando con corazoncitos de goma, contenedores llenos de arañas y trenzas blandengues, jugándose el trabajo por unos millones de chuches de más o de menos, exigiendo un mejor asiento en el avión y gritando: "¡Usted no sabe con quién está hablando! ¡Soy el mayor fabricante de chuches de [pongamos] Grecia!". Parece inofensiva, pero no lo es. "Si te portas mal, te quedas sin chuche", amenaza el padre. Y el hijo, aterrado ante semejante posibilidad, cambia, obedece, porque no se imagina el mundo sin chuches, la vida sin chuches, no, por favor, sin chuches no.

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