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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

México y sus fantasmas

México ha rozado la tragedia este martes tras la irrupción de centenares de policías federales en un recinto de la Universidad Nacional Autónoma (UNAM), a la que tienen el acceso vedado por ley, para poner fin a golpes a una pelea entre estudiantes de dos bandos: los partidarios de la huelga que mantiene paralizada la mayor universidad de América Latina desde abril del año pasado y los que están a favor de reanudar las clases inmediatamente. Hubo decenas de heridos y unos 250 detenidos y estuvo a punto de consumarse lo que más temen los ciudadanos desde que comenzó el conflicto, un baño de sangre en la universidad. Una pesadilla recurrente de la sociedad mexicana desde que, en 1968, las protestas estudiantiles dieran pie a una brutal intervención de las fuerzas de seguridad que acabó en la matanza de Tlatelolco.Es cierto que los huelguistas han mostrado una cerrazón que hace extremadamente difícil una salida negociada. Pero arriesgarse a la catástrofe al enviar a las fuerzas de orden público a cargar contra los estudiantes parece cuando menos una grave equivocación que el rector, Juan Ramón de la Fuente, que autorizó la entrada de los antidisturbios, debería explicar. También debería dar sus razones el ministro del Interior, Diodoro Carrasco, responsable último de los agentes y de una decisión arriesgada y políticamente difícil de sostener, máxime en ausencia del país del presidente Ernesto Zedillo. Éste siempre ha defendido que no se puede utilizar la violencia para salir del embrollo en que se encuentra la UNAM, como han pedido en ocasiones los sectores más duros de su propio partido, el PRI. Las razones esgrimidas por Zedillo son la ineficacia a largo plazo de las soluciones violentas y el trauma que perdura por los sucesos del 68. En su ausencia, alguien ha decidido que sí valía la pena arriesgarse.

La jornada del martes demuestra que la huelga de la UNAM está definitivamente fuera de control y en manos de los radicales. Los estudiantes huelguistas rechazan deponer su actitud y mantienen paralizada la institución, a pesar de que hace meses que las autoridades universitarias retiraron las medidas que desencadenaron la protesta, entre ellas una fuerte subida de las matrículas. Y ahora, alguien en el Gobierno decide que ha llegado la hora de mostrar mano dura, quizá pensando en los réditos electorales de una situación de desestabilización y miedo a menos de medio año de los comicios presidenciales. A Zedillo le corresponde ahora asegurar que vuelva la cordura del lado oficial; y a los huelguistas, atender la voluntad mayoritaria de estudiantes y profesores de poner punto final a la protesta.

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