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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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Un Macba sin fondos ORIOL BOHIGAS

No hace falta insistir: es evidente que la política institucional de los museos de arte -como la de las bibliotecas- no anda bien en esa Cataluña autónoma que tanto se empeña en proclamar una cultura identitaria. Quizá hay acontecimientos y noticias recientes que apuntan alguna esperanza: la ampliación del Picasso, el anuncio de una continuación a largo plazo de las instalaciones del MNAC, las obras en marcha para el museo de Vic, la reordenación del Marés, las nuevas ideas que se vislumbran en el Macba, la perspectiva de una nueva exposición de las colecciones de La Caixa y una ampliación de la Fundación Miró. Pero, a pesar de ello, seguimos con un problema profundo sin vías de solución y, por lo tanto, sin esperanza: la escasísima capacidad económica para hacer o reforzar los fondos museográficos.El ejemplo del Macba es desalentador. Ya empezó mal con la anómala participación de una fundación privada que tenía que resolver la financiación y cuyo definitivo papel ha resultado peligrosamente ambiguo. Luego vino la sucesión de directores y asesores con criterios contradictorios, la construcción de un bello edificio sin intenciones claras de contenido, la miseria de los fondos permanentes. Y sigue, hasta hace poco, una falta de decisión sobre los objetivos del museo que no pueden ser otros que la colección de unos fondos internacionales debidamente orientados, la mirada generosa pero crítica al arte que se produce en el país y la incitación de un movimiento cultural -reinterpretación del fondo, exposiciones, lecciones, publicaciones- como base de irradiación de los propios contenidos. Todo ello como instrumento de educación pública -conocimientos y formación del gusto- sin dejarse desmoralizar por las cotas de asistencia que vulgarizaría cualquier intento de culturalización.

El actual director Manuel Borja está haciendo esfuerzos muy plausibles con inteligencia estratégica para acercarse a estos objetivos. Estos días, con las tres magníficas exposiciones simultáneas y la reordenación de los espacios, el edificio de Meier ya parece un museo. Pero la falta de dinero para comprar obras va a dificultar a la larga toda la empresa. Los fondos son fundamentales no sólo para la misma esencia del museo, sino para promover los demás objetivos. Un museo sin una colección propia potente no puede ofrecer la coherencia de una línea interpretativa ni divulgadora y no tiene solvencia para lograr intercambios con otras colecciones. Mantener un museo entero con préstamos a corto o a largo plazo es, además, económicamente insostenible. Los fondos propios, a diferencia de los préstamos, no se aseguran en ningún museo, entre otras razones porque se llegaría a cifras inalcanzables: la responsabilidad recae en los propios medios de mantenimiento. Imagino que los gastos de seguros del Macba son muy superiores a los del Prado, del Louvre o del Reina Sofía.

Es indispensable que, para su supervivencia, el Macba tenga urgentemente un presupuesto adecuado y mantenga la autoridad del director para seleccionar e incluso para enajenar el material inadecuado de que hoy dispone, en el supuesto de encontrar algun comprador incauto. Si no estoy mal informado -cosa posible, dado el cripticismo de algunas instituciones- el Reina Sofía de Madrid logra reunir anualmente unos 2.000 millones para nuevas compras y al Macba le han sido asignados 250 millones para cuatro años. Así no se puede hacer un museo por muy buenas ideas que tenga su director y por muchos esfuerzos que ponga a disposición.

Si seguimos comparando con Madrid, la situación es desesperante. En el campo de las instituciones culturales -y no digamos en las económicas y financieras- hemos abierto un abismo entre las dos ciudades. Y en el caso de los museos este abismo es escalofriante. En este momento en Madrid está en marcha la ampliación del Prado, del Reina Sofía y del Thyssen y la creación del Museo de las Colecciones Reales, cuatro piezas -pagadas con los impuestos de todo el Estado o de los ciudadanos de una comunidad económicamente privilegiada- que pondrán a la ciudad al más alto nivel internacional. Mientras tanto, en Barcelona, no hemos sido capaces de terminar ni siquiera el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Ya sé que se le pueden echar todas las culpas a Madrid, al centralismo y al maltrato económico de Cataluña. Esas culpas son evidentes si, además, se tiene en cuenta que esos museos madrileños están absorbiendo las grandes colecciones de las antiguas empresas estatales y que con recursos fiscales se han apropiado de muchas piezas de algunos museos catalanes como el Miró y el Dalí. Pero sería suicida contentarse con esta excusa y favorecer así la somnolencia colectiva de Cataluña. Comentando el informe Aguirre Newman, el Col.lectiu J. B. Boix advertía en el artículo 'Catalunya, país prèsbita', en Avui, que en la evidente prosperidad de Madrid han participado también -con dinero o con presión política- muchas esferas ciudadanas que aquí no cumplen el mismo cometido: las cámaras y las organizaciones patronales, las cajas de ahorro de raíz local, el empuje de algunas empresas. Se refería fundamentalmente a estructuras de trascendencia económica directa como el aeropuerto o la Feria de Muestras que en 20 años ha sucumbido al empuje de la Feria de Madrid, pero el problema es el mismo en los programas culturales. En Cataluña no podemos contar con la participación activa de unos nuevos mecenas como ocurrió antes de la guerra con los museos porque nuestra burguesía es demasiado apátrida y no tiene dinero para invertir, ni autonomía para decidir, ni pretensiones culturales. Esta situación hay que reconocerla -y corregirla- desde nuestra propia política nacional o aceptar definitivamente un retroceso irrecuperable.

Ya sé que esta exigencia en inversiones culturales -y especialmente en museos- debe integrarse en una complicada lista de prioridades en un país que tiene tantas necesidades y que debe corregir tantos atrasos como, por ejemplo, la educación. Frente a éstas, van a ser difíciles los argumentos para grandes inversiones museísticas porque, a veces, la función cultural de los museos enmascara unas promociones mercantiles de la peor especie. No sé si comprar un Jasper Johns por 1.000 millones o un Goya por 4.000 se puede defender en simples términos de promoción cultural cuando la escuela pública está agonizando y la Universidad es una pobre caricatura. Pero en tal caso, convendría clarificar la política y proclamar abiertamente que los museos de Cataluña -a diferencia de los de todo el mundo capitalista- no quieren entrar en este lamentable juego especulativo. Es decir, habría que ofrecer otro modelo de culturalización y de educación del gusto, un modelo que, de momento, nadie plantea con garantía.

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