Paseo por la luz: una exposición fotográfica recorre el mundo captado por los objetivos de 10 maestros
Si el paseante de Madrid quiere asomarse a una fascinante ventana y presenciar el mundo desde un privilegiado chaflán; si consiente en depositar su mirada en la mirada de los que viven de saber mirar; si se aviene, pues, a ello, puede encaminarse entonces hacia una exposición fotográfica de las que suelen quedar prendidas en la retina como las películas que vimos en la infancia. Se llama Pasión por el mundo. Ha sido montada por Isabel Colomina y Aurora Sotelo, gaditana antes especializada en gestión cultural, con materiales de la revista Geo, en la sede del Deutsche Bank del paseo de la Castellana.El visitante encontrará en la entrada un panel donde el viajero Javier Reverte y el periodista David Corral le hablarán por escrito del siglo fenecido, del viajar como aventura sin fin, de hombres y mujeres que han protagonizado la centuria ya alejada entre plomo, sangre y esperanza.
Ocho varones y dos mujeres -una española, por cierto, Cristina García Rodero- atesoran allí sus sorpresas para el visitante. Leídas las cartelas, se abre entonces a la vista un espacio de suelo entablado. De los muros penden los marcos de 40 fotografías surgidas de las cámaras de esos 10 especialistas en brindar sus ojos a los demás.
Comienza entonces una zarabanda de emociones. A la derecha, en primer término, brotan túnicas rojas de un rito nocturno haitiano; es la mirada de Jean Claude Coutausse, capaz de secarnos la boca con el polvoriento éxtasis de una adolescente que danza enloquecida para una diosa bruja. El argentino Christopher Pillitz nos muestra luego su enamoramiento por Brasil: cuatro placas en blanco y negro, de ambiente playero, donde el deseo surge tentadoramente entre torsos semidesnudos por los que rezuma sudor y anhelo la carne. Cerca, cuatro testimonios más refrescan el espacio visual con piscinas de Alaska: los Johnston cuenta, por obra de Jean Erik Pasquier, que, en los predios helados del McKenzie, seres humanos como ellos mismos organizan su vida cotidiana. Junto a Pasquier, la propuesta de Bruno Barbey destella desde el Marruecos del más colorido Fez: una mujer avanza velada de blanco y celeste, impasible, por entre las rojas pieles puestas a secar sobre un talud. Toda una metáfora del proceso femenino emprendido este siglo, más allá del dolor.
Otro impacto en bermellón encendido -en esta ocasión, de la francesa Catherine Henriette- refleja la nostalgia por la China maoísta, tan enraizada en la memoria de los progres franceses. Si el paseante prosigue podrá extraviarse en un devaneo entre azafranes y azules imposibles, gracias a la magia química depurada en Mauritania por Laurent Molaü, o conmoverse profundamente con las pinceladas de plata en las que Cristina García Rodero transforma casi todas las sombras; en este caso, del este de Europa. Al poco, Pascal Maître deslumbra con un fogonazo de cielo, agua y madera, con pescadores congoleños, mientras Yann Arthus-Bertrand, el as de la aviación fotográfica, hace renacer en ocres la roca muerta de Petra. Todo un pequeño universo desde Madrid.
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