Las fiestas visuales de Santos Iñurrieta
JOSÉ LUIS MERINO
Santos Iñurrieta lo demostró hace tres años en la galería Berta Belaza y lo vuelve a demostrar ahora en la galería La Brocha: pinta para deleite suyo y para contarse historias. Crea unos títulos largos, que poseen parecida intención a la del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, empeñado en contar cuentos completos que quepan en una sola línea. Los cuadros de Iñurrieta son una fiesta visual. Todos los colores del espectro corren por sus lienzos gozosamente. Al entrar en la galería el visitante es invadido por una turbamulta de personajes que parecen festejar el Día Mundial del Color. Luego, tras esta sorprendente impresión, viene el encuentro con las formas, y el descubrimiento de ciertas torpezas dibujísticas. Sin embargo, contrasta esta apreciación con la abundante proliferación de detalles pintados con sumo mimo, buen gusto y acierto, que pululan por los cuadros.
El artista tiene un objetivo primordial. Quiere contar historias, como se ha dicho; pero quiere introducir historias diferentes en una misma historia, esto es, en una misma obra. Como quiera que cada historia esta pidiendo su espacio determinado, en cada cuadro se entremezclan espacios de muy diferente cuño. Todos los espacios pugnan por sobrevivir, y al fin lo consiguen, para ganancia del propio trabajo.
Sobre esa suma de propuestas se halla metido Santos Iñurrieta, por lo que resulta natural que no repare demasiado en determinados aspectos formales. Le ocurre algo semejante a lo que le pasó a quien estaba contando una experiencia atroz por él vivida, y mientras conmovía a los que le escuchaban, alguien le espetó diciendo que debería utilizar mejor las comas.
Cabe argüir en el caso de Iñurrieta que estamos ante el ejemplo del triunfo de lo informe sobre la forma.
Respecto al cúmulo de entrecruzamientos de historias y espacios, no sería raro querer encontrar alguna suerte de simbolismo en sus obras. Es posible, aunque no estaría de más recordar que Jung advertía que el verdadero símbolo aparece solamente cuando surge la necesidad de expresar lo que el pensamiento no puede expresar o lo que sólo se adivina o siente. Mirándolo bien, no creemos que Iñurrieta encuentre grandes cortapisas para expresar lo que su caliente vitalismo y desparpajo mental le piden expresar.
El artista alavés (Vitoria, 1950), vive desde hace varios años en la isla de Mallorca, pero no vive aislado. En sus cuadros hay constantes referencias al mundo del arte de ahora y de siempre. En esta ocasión, uno de sus referentes preferidos es Picasso, pero siempre tomando fragmentos más o menos imperceptibles de sus obras, que acaban por ser actos de homenaje admirativo, más que acciones plagiarias.
Lo único que le falta a este pintor para acreditarse como uno de los pintores con más poder entre los artistas vascos, consiste en el tamaño sus obras. El día que tome la decisión de dedicarse a pintar cuadros de gran formato -incluso de enormes dimensiones-, entonces las gentes empezarán a pensar que es tan buen artista como lo pueda ser Francesco Clemente, de quien dentro de 15 días se podrá ver una muestra de su obra en la exposición que prepara el Museo Guggenheim de la capital vizcaína.
La delgadez de la materia de sus cuadros -fascinante suavidad líquida-, no tiene por qué cambiar si las dimensiones se agrandan. Antes bien, puede añadir un elemento más de contraste, que enriquezca si cabe aún más el valor final de cada obra. Además, esa delgadez confiere a las obras un sentido de desvalimiento y provisionalidad que las hace sumamente atractivas.
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