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Tesoros escondidos

De tanto en tanto leemos, escuchamos, vemos en la tele noticias acerca de lo que siempre es la mayor captura del año, del siglo, referidas al tabaco de contrabando o al contrabando de drogas, falsificación de marcas registradas, arresto de ladrones y confiscación del botín robado. Cualquiera de ellos bate actuaciones precedentes y sorprende que los narcos, los matuteros y los delincuentes en general se recuperen e insistan en los infames tráficos, cuyas fuentes parecen inagotables. Navíos de distinto calado, enormes camiones, menudeo de correos con la droga ingerida, en el forro de la maleta o mezclada con el champú, acaban cayendo en las manos eficientes e inexorables de la ley. Nuestro aeropuerto de Barajas es una de las aduanas preferidas por los malhechores, aunque con escaso éxito, según nos dicen de vez en cuando.La policía, la Guardia Civil, los servicios especiales del Ministerio de Hacienda, descendientes de los carabineros, no bajan las defensas y sus triunfos tienen reflejo en esas imágenes donde se ven alineados los fardos de cigarrillos, los esmerados paquetes de estupefacientes o la cascada de pastillas, con el alucinógeno de diseño recién fabricado, todo dispuesto para la distribución. Y, muy a menudo, apetitosos fajos de dinero, millones de pesetas, miles de dólares, de marcos, libras esterlinas, francos... Quizá se lleven las cuentas en algún sitio, y no cabe duda de que las monedas de curso legal y el tabaco destinado a los estancos significan un monto difícil de disimular. Sabemos -porque también nos lo dicen- que la droga es quemada, aunque algunas sustancias puedan derivarse a usos hospitalarios, aunque, la verdad, tengamos apenas vaga idea del destino ulterior de esas enormes cantidades, al menos a nivel de conocimiento vulgar, porque eso no nos lo dicen. Teóricamente, la ubicación inmediata de las aprehensiones son las dependencias judiciales, donde habrá de sustanciarse la responsabilidad penal. Pero ahí se inicia un túnel de longitud desconocida: es, o parece, la solución de la continuidad.

Dispongo de una curiosa experiencia personal. Hace diez o doce años, por derivación de un pleito íntimo, hube de depositar una fianza, de cierta consideración para mí, en metálico. Desde la oficina judicial correspondiente fui invitado a seguir al funcionario con el fin de hacer el depósito. Me causó extrañeza que pasáramos de largo ante la oficina de la Caja Postal -en el mismo edificio- y saliéramos a la calle, pasando ante varias sucursales bancarias. En la tercera o cuarta me dijo: "Aquí es". Fue recibido con muestras de afecto y suma cordialidad: "Hola, don Felipe -o don Alberto, da lo mismo-, le estábamos esperando". En un discreto despacho se contaron los billetes y el oficial me proporcionó allí el resguardo. Tuve poca dificultad para sospechar que muchas cauciones forenses seguían el fructuoso camino de producir módicos intereses en lugar de languidecer en el Banco de España. ¿Por qué? Alguna vez me lo sigo preguntando.

El Monte de Piedad, aquella benemérita institución fundada por el padre Piqué para proteger a los obreros desfavorecidos que necesitaban empeñar el colchón, por ejemplo, celebra -celebraba hasta poco ha- almoneda de las joyas y enseres cuyo rescate por los dueños no tuvo lugar en los plazos convenidos. Son transacciones periódicas que apenas traspasan el círculo de los subasteros profesionales, entre los que reina la armonía a la hora del reparto.

Otro tanto acontecía en el mundo de los desahucios de pisos, de empresas, automóviles y otros bienes que responden de actos judiciales, donde la equivalencia entre el valor de las cosas y su remate final es irrisorio, perdido a través de las convocatorias legales. Ningún justiprecio compensa a los actores, es la apoteosis de la minusvalía. Tesoros ocultos que, por arte de birlibirloque, se desvanecen en la impunidad. Los tribunales fueron trasladados a un lugar que la malicia madrileña bautizó como la "plaza de la Astilla", expresión referida al soborno que clamorosamente se practicaba. Ignoro el actual funcionamiento de esos despachos, pero en otros tiempos, bien próximos, lo que menos se administraba era la justicia. Otros intereses sí, con fruto y maestría. ¡Oh, escondidos tesoros!

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