SOLEDAD BECERRIL Cuestión de clase
El día que lloró, a la vista de todo el mundo, la muerte de Alberto Jiménez Becerril se hizo mayor. Mayor para la memoria colectiva donde aún seguía reinando la estampa, ya caduca, de la mujer envuelta en lazos que se sentó, después de 42 años de dictadura -también masculina-, en un Consejo de Ministros. Lo que no había logrado con el mando, ni como primera teniente de alcalde (1991-95) ni como regidora de Sevilla después, lo logró con el dolor. Aun hoy dice: "No olvidaré jamás la madrugada del 30 de enero, pero tampoco quiero olvidarla". Aquel día los sevillanos se identificaron con una alcaldesa, cuyo estilo estaba en las antípodas de los suyos.Lejos de la gracia y la extroversión, Soledad Becerril Bustamante (Madrid, 1944) parece seca a fuer de tímida. Es fácil imaginar que se encuentra más a sus anchas en una tertulia sobre cine francés -su última película memorable: Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier- que en una competición de chistosos, tan queridas en la capital andaluza. Su desconsuelo, tras el atentado de ETA, la entronizó casi por encima de cuestiones partidistas y rasgos personales. Todo lo que antes provocaba desapego pasó a ser elogiado. Donde antes se veía altivez clasista se sustituyó por halagos hacia su clase. Becerril siguió maniatada por el pacto con el andalucista Alejandro Rojas-Marcos, sacrificando iniciativas en aras del gobierno, pero su proyección pública en Sevilla cambió por completo. Lo que más criticaron sus adversarios políticos, en vísperas de las elecciones locales de 1999, fueron su apatía política -para evitar problemas, no gestionaba, dicen- y sus lágrimas, como si sospecharan que Becerril se había colado en las hogares por una vía difícil de atacar: la sentimental.
Su biografía política, un tanto atípica, muestra cierta tendencia a ir por libre, desde que en 1974, cuando la izquierda capitaneaba la oposición antifranquista, fundó en Sevilla la revista La Ilustración Regional. Soledad Becerril, que entonces impartía clases en la Facultad de Ciencias Empresariales -es licenciada en Filología Inglesa-, ingresó un año después en el Partido Demócrata Andaluz, vinculado a la federación que había promovido Joaquín Garrigues Walker. Ya en las filas de la Unión de Centro Democrático, fue elegida diputada por Sevilla sucesivamente en 1977 y 1979. Dos años después entró en la historia por azar, al sustituir a Íñigo Cavero, en el Ministerio de Cultura. Después de 42 años, una mujer volvía al Consejo de Ministros. En la calle y en la prensa se seguía con igual interés su gestión que su vestimenta. "Hubo muchos comentarios sobre si me ponía las medias de un color o de otro, hoy sería impensable, pero no le di mucha importancia", recuerda.
Becerril rememora aquellos días como "gratificantes", sin dificultades añadidas por su condición femenina. De hecho, confiesa que jamás las ha tenido, a diferencia de otras mujeres. Una etapa, la gestación democrática, distinta a la que afronta como candidata del PP por Sevilla al Congreso, una casa que conoce bien (con UCD se sentó en el banco azul del Gobierno y, con el PP, en los escaños de la oposición). Afronta una posible quinta legislatura sin confesar grandes ambiciones. ¿Sería ministrable? "No lo creo, hay bastantes mujeres capaces; el espectro en el partido se ha abierto mucho. Cuando fui ministra, eran pocas. Supongo que gustaría que fueran más jóvenes".
Dice que se siente a gusto en el PP, al que se afilió en 1989, después del denominado congreso de la refundación, aunque dos años antes se había presentado como independiente bajo las siglas de Alianza Popular a la alcaldía de Sevilla. En 1991, la dirección de su partido forzó una alianza con el PA para arrebatarle la alcaldía de Sevilla a los socialistas, que habían sido la lista más votada. Con Rojas-Marcos, a la sazón alcalde, vivió una relación tan difícil que, al final del mandato, aseguraba tajante que no repitiría. Pero repitió, con los papeles trocados.
Soledad Becerril formó parte en el 95 del ramillete de mujeres del PP que tomaban el bastón de mando municipal, aunque ella se vio obligada a mantener una convivencia complicada con sus socios. Para la oposición, ejerció a la perfección el papel protocolario pero, en puridad, mandando poco. Tal vez por ello, Becerril se plantó hace un año ante sus antiguos aliados y se negó a capitular ante todas sus demandas. Como titular de la lista más votada, y ante el varapalo andalucista, creía que las cosas no podían seguir igual. En una ironía de la aritmética política y de los vaivenes andalucistas, Becerril se encontró sentada en la oposición, al frente del grupo más numeroso. Igual que el PSOE ocho años atrás. Una inversión de papeles que aún le cuesta digerir, aunque, en contrapartida, disponga de más tiempo para sí misma, sus memorias y sus aficiones.
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