_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La gran embarcada

El portavoz del Gobierno vasco ha indicado que el pacto con EH sólo se reactivará si hay un "desmarque y desaprobación" de los atentados de ETA. Se discute sobre si es imprescindible la palabra "condena" y sobre el grado de contundencia prosódica necesario para dar por bueno tal desmarque. Entretanto, el lehendakari buscará apoyos alternativos en otras fuerzas. Pero, si PP y PSOE no aceptan, todavía podría requerirse el respaldo puntual de EH, según Arzalluz.Es todo bastante absurdo. Si HB quisiera desmarcarse de ETA, ya lo habría hecho: en el momento de anunciarse el fin de la tregua o, como máximo, tras el atentado. Si lo ha evitado es porque las cosas son como parecen: EH sigue siendo el brazo político de ETA. Las ponencias para su Asamblea de febrero son la traducción de los planteamientos y propuestas (estrambóticas) de ETA: que gracias a la lucha armada se ha conseguido que los otros nacionalistas renuncien al autonomismo, y que eso permite iniciar un proceso constituyente conjunto en Euskadi, Navarra y el País Vasco francés. La cuestión, por tanto, no es la entonación de Otegi, sino si el PNV está dispuesto a mantener los pactos que sólo la tregua hizo posibles, una vez rota ésta.

Lo más difícil de entender es el empeño de la dirección del PNV por hacer aprobar su propuesta soberanista, de la que se deduce forzosamente una estrategia de frente nacional con HB, a sabiendas de que estaba a punto de producirse un atentado de ETA que haría casi imposible mantener esa alianza. No se entiende, excepto si de lo que se trataba era precisamente de cortarse la retirada, haciendo irreversible la opción tomada. Pero, entonces, quienes han forzado esa decisión han sido unos irresponsables: han colocado a su partido en una situación imposible, vinculando su destino al de ETA y sin una salida alternativa fácil después de haber aprobado el giro ideológico en la Asamblea Nacional y por unanimidad.

¿Qué puede haber motivado ese comportamiento? El 30 de noviembre de 1995, en el restaurante Lhardy, de Madrid, Egibar se reunió con un grupo de periodistas. Los asistentes no habrán olvidado la reflexión del portavoz nacionalista sobre la trampa de quienes planteaban el problema en términos de demócratas contra violentos. De haber seguido ese planteamiento -el del Pacto de Ajuria Enea-, el resultado habría sido "un enfrentamiento entre nacionalistas del que se habrían beneficiado los españolistas", dijo textualmente Egibar aquel día de San Andrés.

Año y medio después se producía la explosión ciudadana de Ermua contra ETA y HB. Esa movilización hizo verosímil la pesadilla de Egibar. Lo que allí se jugaba no era para la dirección del PNV el riesgo de un enfrentamiento civil -algo que ya venía ocurriendo-, sino de un enfrentamiento entre nacionalistas: que los nacionalistas demócratas actuaran más como lo segundo que como lo primero e hicieran frente a aquéllos a los que Ardanza había llamado "cómplices" de los asesinos. Esa pesadilla no había dejado de precisarse en los meses anteriores. En 1995 se produjeron 84 ataques contra sedes de partidos y propiedades de afiliados, y otros 241 en los dos años siguientes. Prácticamente la mitad de esas agresiones lo fueron contra batzokis y bienes de militantes del PNV. Son inolvidables las valerosas reacciones de alcaldes nacionalistas como los de Hernani, Azkoitia, Ibarra, Zizurkil. Pero la conclusión de los Egibar fue que había que llegar a un acuerdo con ETA a cualquier precio para evitar que la persistencia de la violencia provocase una ruptura irreparable en el interior de la comunidad nacionalista.

La fórmula, renunciar al autonomismo y pasarse al soberanismo, es conocida, y también sus resultados: ETA sigue en la brecha, y también la kale borroka, aunque ahora sólo contra los no nacionalistas; entretanto, se ha roto Ajuria Enea y el consenso estatutario, y HB ha pasado de suponer el 27% del voto nacionalista al 37%. Se dice que eso demuestra la generosidad de un partido que supo arriesgar por la paz. Intentar alcanzar el objetivo máximo nacionalista con el pretexto de que es la llave de la paz, y con un planteamiento que excluye a la mitad no nacionalista de la población, no es generosidad sino ventajismo. El resultado ha sido perder barcos y honra. ETA le ha dado al PNV una embarcada monumental; pero también se la han dado a su partido los dirigentes que se apuntaron alegremente a esa aventura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_