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ETA y algunos prejuicios

Josep Ramoneda

Mientras en Madrid se convoca una gran manifestación contra el atentado de ETA, en Cataluña la respuesta se ha limitado a las condenas de ritual. Cataluña siempre ha reaccionado más tarde y con mayor cautela a las acciones de ETA. En realidad, fue necesaria la atrocidad de Hipercor para que la sociedad catalana tomara conciencia de que no era ajena al problema, que también Cataluña era territorio para la barbarie.La cuestión vasca ha sido siempre incómoda para Cataluña. El propio presidente Pujol se ha mantenido siempre a cierta distancia, por más que la Declaración de Barcelona pudiera ser interpretada como una manera de ayudar al PNV en la estrategia de preparación de la tregua. Pujol se ha limitado siempre a las declaraciones indispensables, ha evitado cautelosamente cualquier intervención o intermediación. Esta tendencia a la inhibición respecto a los problemas de Euskadi alcanzó incluso al GAL. Pujol nunca quiso saber qué estaba ocurriendo. Y, en consecuencia, con esta disposición a mirar a otra parte, nunca, ni cuando acontecieron los hechos ni cuando salieron a la luz, pidió responsabilidades al Gobierno socialista.

El talante moderado del nacionalismo catalán que rechaza la violencia convive con cierta solidaridad de fondo entre dos naciones -Cataluña y el País Vasco- a las que España -como nación opresora- habría impedido la transformación de su potencia nacional en acto, es decir, en Estado propio. Desde este punto de vista la cuestión terrorista formaría parte de un problema que concierne a España y al País Vasco, pero que sería tangencial a Cataluña que, en su relación con España, compone un retablo de problemas sustancialmente distinto. Por respeto de nación a nación, sería mejor inmiscuirse lo menos posible.

Este trasfondo va acompañado de algunos prejuicios -y los ha alimentado- que van cayendo muy lentamente y se anudaron a partir del prejuicio histórico de lucha compartida contra el franquismo. Durante la dictadura el nacionalismo, como la izquierda, fue solidario de ETA frente al franquismo, aunque se discrepaba públicamente de sus métodos. Cuando una parte de ETA prolongó su existencia una vez restablecida la democracia, costó cortar los vínculos psicológicos trabados durante la dictadura. A veces parece como si todavía quedara algún resto de este prejuicio de simpatía.

ETA en la dictadura luchaba contra el franquismo y por los derechos del pueblo vasco. Eran tiempos en que la distinción entre medios y fines quedaba desnaturalizada por el carácter represivo del régimen, que daba legitimidad a la acción de ETA. Una vez establecido el nuevo régimen democrático, seguía pendiente la cuestión de los derechos del pueblo vasco. Pero el prejuicio de pueblo oprimido carece de sentido en una situación de amplias libertades -perturbadas fundamentalmente por la acción terrorista- en la que, una vez consolidado el régimen democrático, no debe haber impedimento para presentar propuestas soberanistas (como acaba de hacer el PNV) respetando los procedimientos democráticos, que son los cauces para dirimir las diferencias entre nacionalistas y constitucionalistas. Sólo el prejuicio de creer que hay un derecho esencial del pueblo vasco, por encima de la expresión democrática de la sociedad vasca, puede mantener un prejuicio favorable a quienes quieren imponerlo por la fuerza.

Ni oprimidos como pueblo, ni oprimidos como clase social. Como dice un amigo vasco, los chicos de Jarrai tienen siempre la nevera llena en casa. Ya se ocupan sus padres de ir a la compra. Estos prejuicios que pudieran inspirar comprensión corresponden a clichés comparativos con otros países que no tienen nada que ver con el País Vasco o a posiciones todavía instaladas en el imaginario de la resistencia. En la realidad actual del País Vasco, ETA es un obstáculo incluso para el avance de las posiciones soberanistas. Por eso hay en Madrid algunos sectores, limitados pero no irrelevantes, que apuestan por la continuidad de ETA siempre que sea dentro de lo que llaman unos "niveles asumibles", porque sin ETA, dicen, "el País Vasco se va". En una sociedad vasca sin violencia la ciudadanía, a través de los procedimientos democráticos, es quien debe arbitrar el debate sobre el futuro del País Vasco, un debate que debe ser fundamentalmente político (¿qué es mejor para la convivencia en la compleja sociedad vasca?) y no sólo de cuestiones de principios. Mientras ETA dure, este debate está viciado por su chantaje.

En Madrid preocupa la cuestión de la autodeterminación en el País Vasco no sólo por Euskadi sino también, y quizá especialmente, por Cataluña. Siempre, el conflicto visible ha estado en Euskadi pero la preocupación de fondo ha sido Cataluña. Es otra historia de prejuicios. Y, sin embargo, todas las partes deberían ir actualizando sus argumentos políticos, porque es evidente que, en el marco de la unión europea, soberanía, independentismo, (y otras palabras que todavía ponen a algunos en pie de guerra) no son ya lo que eran. La política es razón de la estructura social. El cambio de escala (hacia arriba y hacia abajo) que a trancas y a barrancas se está produciendo en Europa, para adecuar las estructuras políticas a la realidad social, hace que muchos de estos procesos puede que se acaben dando por añadidura. Sólo que con una condición: con las pistolas entregadas. España no es ni puede ser Yugoslavia.

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Lleva razón el presidente Pujol en apostar por el aislamiento social y político de ETA como salida. Lástima que no convenciera a sus correligionarios vascos para que no rompieran el consenso democrático. Las manifestaciones no sirven para nada, se dice a menudo, y, en cambio, se utilizan como propaganda antinacionalista. Una manifestación no evita que un comando actúe, pero hay argumentos remilgados que sólo añaden confusión. Fueron la acción policial y judicial sobre ETA y su entorno y el aislamiento social que ETA sintió después del asesinato de Miguel Ángel Blanco los factores que movieron a los terroristas, que se sentían asfixiados, a ofrecer una tregua. A esta presión hay que volver. Porque hoy el problema es ETA. Incluso para la solución de la cuestión vasca. No hay prejuicio que justifique guardar las distancias.

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