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Reportaje:

El fin de una pesadilla

A Salvador Broncano le ha perseguido la mala fortuna en los últimos tiempos. Después de ganarse la vida durante 15 años como conductor de autobuses, este malagueño de 59 años, casado y con dos hijas, se había quedado en paro. La empresa para la que trabajaba cerró, y después de los cuarenta, no es fácil reengancharse en el mercado laboral.La larga temporada de paro, además de penuria económica le provocó tal angustia que este verano reventó en una perforación de estómago. Tuvo que ser operado de urgencia. Fueron momentos terribles. Poco tiempo después, Ángel Luis Cabrera, un pequeño empresario del transporte, le ofreció trabajo. Broncano vio la luz. No sabía que uno de sus viajes de trabajo acabaría en pesadilla.

El pasado lunes, el camionero debía recoger una carga de 25 toneladas de patatas en Casablanca. Recogió el envío y puso rumbo hacia Tánger. Contaba con pasar a España en un ferry de la tarde. La carga tenía que llegar a Valencia, y de ahí viajar a Holanda.

Pero en Tánger, los funcionarios de Aduanas marroquíes registraron la carga. Y encontraron una sorpresa: 967 toneladas de hachís ocultas en uno de los palés de la trasera del camión. Broncano fue detenido e incomunicado.

Su familia y su patrón no supieron de la detención hasta que lo leyeron en la prensa. La casa se transformó en un angustioso camarote de los hermanos Marx donde entraban y salían periodistas, vecinas y amigas de las dos hijas de Broncano, Ana María, de 24 años, y Silvia, de 21.

No pasó, en cambio, ningún representante del gremio de los transportes. La Asociación de Transportistas, que se movilizó fieramente hace unas semanas en defensa del camionero granadino Manuel Triviño, apresado en circunstancias similares, estaba ocupada preparando un paro del sector. "Nos solidarizamos, pero no nos vamos a movilizar de momento", dijeron.

Su esposa, Ana Martín, pasaba de la estupefacción al llanto, sentada en un sillón junto a una caja de tranquilizantes. "No le puedo explicar nada porque no entiendo nada", repetía. Las hijas fueron las encargadas de informar a la prensa y las autoridades, hablar con el Consulado de España en Tánger y recriminar al sector su falta de apoyo.

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Para terminar de complicar las cosas, ayer saltó la noticia de que su patrón, Cabrera, tiene recurrida ante el Tribunal Supremo una condena de la Audiencia Provincial de Málaga por tráfico de estupefacientes. En 1997, la policía encontró en uno de los camiones que trabajaban para su empresa 1.500 kilos de hachís. Fue en Málaga.

La noticia hizo que las sospechas de culpabilidad se multiplicasen, por más que Cabrera insistiera en que la condena contra él no era firme, que el camión interceptado en 1997 no era exactamente suyo, sino de un autónomo sin licencia de transportista que le hacía algunos portes a cambio de legalizar su situación, y que Broncano no tenía nada que ver con asuntos de drogas.

Este último extremo lo confirmó ayer el fiscal de Tánger, que a mediodía comunicó a Broncano que no había cargos contra él, que podía marcharse en paz. El malagueño no se lo pensó dos veces: sin afeitar y sin ducharse siquiera cogió el ferry, y a las 19.30 pisaba suelo algecireño.

Broncano, un hombre menudo y enjuto, fue parco en palabras: "El trato de la policía ha sido bueno. Lo peor ha sido la incertidumbre de estar en un país extranjero. Creo que metieron el alijo al cargar el camión, pero yo no puedo ver la carga porque está precintada. Sí, volveré a Marruecos, me gusta mi trabajo", respondió a los periodistas que le esperaban en el puerto. No tenía más palabras. Sólo quería dormir en casa. Y despertar de su pesadilla.

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