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Doctor, ¿me hace ya la autopsia?

Javier Sampedro

La señora se planta con el niño en la consulta y le suelta al estupefacto pediatra:-Verá, que al niño le han encontrado en un analís que tiene velocidad en la sangre. Pero es lo que yo le decía al médico de cabecera, que ¿cómo no va a tener velocidad en la sangre, si es que no para quieto ni un momento?

Después de muchos años de oír cosas como ésta en su consulta, o de oírselas contar a sus colegas, el pediatra madrileño José Ignacio de Arana se ha decidido a compilarlas en un anecdotario (Diga treinta y tres, editorial Espasa) con la didáctica intención de divulgar las embarazosas situaciones en que se ven los de su profesión al tomar contacto con los pacientes. Cada lector, por supuesto, es muy libre de utilizar el libro con el más simple y sano propósito de partirse de risa. Al menos, mientras no le toque a él ir a la consulta.

Tal y como señala el autor, los vericuetos del no siempre transparente léxico médico son responsables de buena parte de los planchazos -"curiosas interpretaciones del vocabulario", los llama De Arana piadosamente- en que incurren los pacientes. He aquí un ejemplo:

-Doctor, por fin ¿cuándo me van a hacer la autopsia?

-Querrá usted decir la biopsia.

-¡Pues eso, la biopsia!

-Es que no es lo mismo.

En este otro ejemplo, el paciente confunde las fuentes de las esencias:

-Tengo mal aliento porque padezco de pedorrea.

Y en éste se saltan todas las barreras de género y especie:

-Vengo a que me vea usted un bulto que me ha salido en los tentáculos.

No faltan los enfermos que aseguran tener que operarse de las emíngalas, del píldoro o de las almorroides. Es cierto que ningún médico tiene dificultades para entender estos términos, probablemente más eufónicos que sus traducciones al castellano clínico, pero las dificultades suelen llegar a la hora de contener la risa hasta que el paciente ha salido por la puerta.

La siguiente descripción que una mujer hizo de su historial ginecológico es casi poesía conceptista:

-Hasta ahora he tenido tres embarazos, pero en los dos primeros se me encajaron los féretros y nacieron muertos, y claro, en el tercero me tuvieron que hacer la necesaria.

Los hombres, sin embargo, suelen mostrarse más torpes con el lenguaje, sobre todo cuando la cosa les afecta a los tentáculos:

-Mire, doctor, yo venía porque... no sé cómo decirle. Tengo un problema... en fin, unas molestias..., vamos, que no sé por dónde empezar y...

-Ande, hombre, quítese los pantalones.

Entre los visitantes más molestos se cuentan algunos maridos que acompañan a la enferma y siempre saben más que el médico y, por supuesto, que la enferma:

-A mí me parece que todo son nervios o algo de la próstata o de los ovarios, porque del corazón no creo que sea, pero en fin, usted nos dirá.

A veces no hace falta llegar a la consulta para meter la pata. En el mismo mostrador de recepción puede ya ocurrir lo siguiente.

-Tenga la bondad de firmar aquí.

-¡Huy, hijo, yo no sé leer ni escribir, yo siempre que vengo aquí pongo la huella genital!

Y aquí van dos más, en rápida sucesión:

-Vengo a que me haga unos análisis del colesterol bueno y del malo. Y también me pide el ácido único.

-Yo creo, doctor, que me tendría que mandar hacer un escarnio de la cabeza y del pecho. A mi cuñada se lo han hecho y dice que con eso se ve muy bien si hay alguna enfermedad.

Dice De Arana: "Los médicos tratamos con gentes de todas clases y la mayor parte, para qué vamos a engañarnos, son aburridas". Menos mal.

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