Baile FÉLIX DE AZÚA
Nuestra vida está hecha de pequeños gestos y movimientos. Quiero decir que la vida se construye con ellos, como las casas se hacen con ladrillos y cemento. Somos poco más que un conjunto de gestos solidificados, el golpe de muñeca que abre una puerta, la lengua que humedece el sello, el modo siempre idéntico de apoyar la cabeza en la almohada. Los pequeños movimientos construyen nuestra vida. Sentarse en un sillón, encender un cigarro y comenzar a leer nos construye de un modo distinto a quien se sienta en una silla, pulsa las teclas y comienza a navegar. El tiempo es diferente en uno y otro caso porque nuestro cuerpo, como los árboles o las piedras, no es otra cosa que tiempo sólido, almacenado y en movimiento.Así vamos bailando en el tiempo. De pronto un gesto se hace raro, infrecuente, cosa de viejos, porque el tiempo ha traído movimientos nuevos. El gesto de arrodillarse en un reclinatorio para rezar, gesto universal durante siglos, desaparece en 20 años. El gesto milenario de montar en el caballo o la mula, gesto tan común antes de la guerra civil, ya no existe. El gesto de empuñar la azada, de hacer girar un trompo, de esperar a que se caliente la radio, de pedir una conferencia, han desaparecido.
Todos (no hay excepción) un día nos percatamos de que nuestro cuerpo ya no baila lo del tiempo, que nos movemos en el pasado porque ahora pocos se mueven como nosotros. Aunque el tiempo parece ir hacia adelante, los cuerpos viejos (que son tan sólo el almacén de los viejos gestos) van cayendo uno tras otro, como si gotearan, hacia atrás. Poco a poco el mundo entero se mueve de otra manera y muy suavemente nos convertimos en perplejos espectadores del baile ajeno. Nos desplazamos unos metros para mirar a distancia, con curiosidad, los nuevos movimientos, tan parecidos y sin embargo tan distintos de los nuestros. Observamos, además, la trivialidad de los nuevos gestos, su ridícula pretensión de ser mejores y más perfectos, más modernos. ¿Es mejor, más eficaz, más moderno, lavar el coche que almohazar la mula? Sonreímos con suficiencia. Decimos, "¡bah!". Ahora ya sabemos que todos los gestos y movimientos son iguales, inútiles, que todo se repite y todo es vanidad. Entonces, cuando al fin alcanzamos la verdad, nos sacan de la pista. Menos mal.
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