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El gran estruendo de ".com"

Joaquín Estefanía

La pasada semana se inauguraba con la mayor fusión de todos los tiempos, la que unía una empresa de distribución con otra de contenidos en el sector de las telecomunicaciones: America OnLine (AOL) y Time Warner creaban un gigantesco grupo multimedia. Su capitalización bursátil, más de 44 billones de pesetas, equivale a la mitad del PIB español. Dos días después, Telefónica, la primera empresa española, anunciaba ofertas públicas de adquisición sobre sus filiales latinoamericanas (exceptuando Chile), lo que supondrá una ampliación de capital por más de 2,5 billones de pesetas. Otro día más tarde, el guru más representativo de las tecnologías del futuro, Bill Gates, se retiraba de la gestión diaria de Microsotf para centrarse en el diseño de programas del lenguaje Windows para Internet.Los tres casos son ejemplos representativos del continuo cambio de participantes, servicios y jugadores en ese sector virtual, de tan alta productividad, que es el de las tecnologías de la información, y que constituye el basamento del éxito de la nueva economía norteamericana. Ese sector que se conoce cada vez más como .com. Pero en los dos primeros estamos hablando de tales gigantes societarios que conviene iniciar una reflexión sobre la formidable transferencia de poder y de soberanía que se está produciendo desde los Estados-nación hacia los megagrupos empresariales. La aparición mundial de grandes oligopolios, que llegan a controlar la oferta y la distribución de productos (entre ellos, de la información, constituida como una mercancía más) plantea cuestiones como la regulación de los mismos: quién y desde qué plataformas se consigue; el juego de los consumidores. En definitiva, el papel que le queda a la política en este mundo de variaciones permanentes y cada vez más globalizado. En el fondo, esta reflexión trata de la democracia representativa y de la distribución de los poderes.

El XX ha sido el siglo de la concentración del capital. En este aspecto, el análisis del padre Marx, que aparecía en cuarto lugar en una encuesta de Reuters entre los economistas con más influencia (tras Keynes, Smith y Friedman), ha sido acertado. El siglo empezó con la creación de US Steel por el banquero JP Morgan que, además, obtuvo la primera parte de la financiación con la que Thomas Edison creo Edison Electric Illuminating Co., precedente de General Electric. En 1911, la petrolera Standard Oil de Rockefeller se escindía por obligación legal en las siete hermanas (en 1998, el mercado se vengaba en parte de esta repartición administrativa con la fusión entre Exxon y Mobil, dos de las siete hermanas). Los noventa trajeron la mayor oleada de fusiones de la historia, cuya novedad respecto a la anterior, en los ochenta, era que se trataba en general de empresas del mismo sector productivo. En esa década tuvo lugar la creación de una multinacional plenamente global constituida por los dos gigantes del automóvil, la alemana Daimler-Benz y la norteamericana Chrysler.

El gran estruendo que generan estas operaciones no se compadece con el silencio y la sordina con la que se conocen, tiempo después, las dificultades que tienen para conseguir sus objetivos: unificar dos culturas en una sola, reducir costes, multiplicar la cuota de mercado, activar las sinergias comunes. Según un estudio de la consultora KPMG, sólo el 17% de las fusiones han conseguido añadir valor -el concepto de moda- a la empresa resultante de la fusión, frente a un 53% de los casos en que se ha producido una fuerte caída de éste. Los accionistas del restante 30% no han notado nada. Datos sorprendentes que no se corresponden con la creencia de la multiplicación de los panes y los peces que parecen suponer este tipo de concentraciones.

Mientras tanto, se multiplican los rumores en Estados Unidos sobre nuevos noviazgos entre sociedades del sector.com. Y entre otros ámbitos productivos. Según un alto responsable de la Bolsa de Madrid, hay una ebullición empresarial sin precedentes en nuestro país y todo el mundo parece estar dispuesto a no permanecer estático. Es la velocidad del cambio.

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