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"La tasca en què continuem compromesos"

Cuando conoció a una Emma Bovary de fábula, Enric Valor era una criatura azorada y con toda la fragancia del herbario de Mariola. Por aquellos parajes olfateó una pieza fascinante: la rondalla. Estaba en la acústica de la naturaleza y en la memoria colectiva. Pero muy joven, se enroló en aquel semanario republicano, satírico y político de Alicante que dirigía Josep Coloma Pellicer, un hombre, en opinión del propio Valor, "molt nacionalista, molt republicà i de clars coneixements sobre la catalanitat". Y allí inició públicamente su fabrismo militante, con el aval del Pare Fullana, de Carles Salvador y de Manuel Sanchis Guarner. También escribió en un espléndido diario alicantino que llevaban Juan y Alvaro Botella: El Luchador. En el 39, naufragó toda la República. Y sobre los despojos de la libertad, llegó la calaña fascista: Aquí se habla como Cristo o no se habla. Entonces, Enric Valor se echó al monte y recibió una caudalosa literatura de tradición oral: las maravillas y las costumbres de padres a hijos, en una vigorosa cultura popular. Y cómo recuperó el frágil patrimonio lingüístico: respetó la morfología del episodio anónimo y lo engarzó en la montura de su maestría. A lo Vladimir Propp. Gemma Lluch afirma que en la rondalla, tras el tratamiento literario de Valor, "la seua estructura profunda resta intacta"; y el también rondallaire y profesor Joaquim G. Caturla dice: "Ell pretenia rescatar de l"oblit aquestes peces y alhora mostrar una varietat de llengua culta, rica y genuina que pogués servir de model als joves". Un trabajo delicado y complejo que se levanta como un monolito de respeto y amor a nuestro país y a nuestro pueblo; Rondalles valencianes, en diversas ediciones y también adaptadas a los escolares, por Rosa serrano.Pero junto a su tarea de campo, sus cuentos y relatos y una primera novela, L"ambició d"Aleix, secuestrada durante años en los sótanos de la censura franquista, y publicada finalmente en l960, con varias ediciones posteriores, y una, modificada, en 1995. Como escribió Joan Fuster, en Levante, aquel 25 de noviembre, después de más de 100 años de Renaixença y de un buen nutrido censo de poetas, un prosista. Un prosista que ha dejado además el espléndido Cicle de Cassana: Sense la terra promesa, Tems de batuda y Enllà de l"horitzó, que algunos críticos sitúan a la altura de la obra novelística de Llorenç Villalonga o Mercé Rodoreda. Y toda su copiosa bibliografía gramatical y lingüística (Millorem el llenguatge, Vocabulari fonamental, La flexió verbal). Premios relevantes, doctorados honoris causa, distinciones y homenajes, toda la humildad en la grandeza. En una carta al poeta Lluís Alpera, le dice: "Tornaré amb forces renovades a la tasca en què amb tanta fervor continuem compromesos". Y es que Enric Valor, fiel a su compromiso cívico, en su elegante sombrero llevaba una cinta de raso que ya echaba prodigiosamente hojas de laurel.

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