_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Puertas abiertas

JON KORTAZAR

La historia puede considerarse minúscula: la protesta de un grupo de vecinos ante los nuevos planes urbanísticos del Ayuntamiento. Y además lejana, porque sucede en Valencia. Pero creo que la iniciativa merece destacarse, porque crea nuevas formas de protesta, y posiblemente, nuevas maneras de ver la realidad. El plan, como todos, es simple: el Ayuntamiento de RitaBarberá propone la ampliación de una gran avenida hasta llegar al mar. No hay nada nuevo si no fuera porque ello implica el derribo de 1.600 viviendas en el barrio, humilde y pescador, del Cabañal.

El Cabañal es un barrio cuadriculado, ganado a la retirada del mar. Un barrio típico, con casas de baja altura, algún palacete modernista y fachadas pintadas en colores claros. Eso en la parte conservada: alguna otra zona aprecia los primeros impulsos de la degradación. Una nota particular se muestra en el campanario de la Iglesia, que aprovecha un viejo faro en desuso; y tan en desuso, porque en la actualidad se encuentra a 200 metros de la línea del mar. En esa tierra ganada al mar se fueron estableciendo los vecinos del Cabañal, hasta formar ese urbanismo tan típico del Mediterráneo: un ambiente de luz, con casas con terrazas y diversos decorados en la fachada.

La forma más original de la protesta consistió en la iniciativa que se llamó Portes obertes, puertas abiertas. Algunos vecinos del barrio, los habitantes de los edificios más peculiares, más tradicionales, ofrecieron sus casas para que trescientos jóvenes artistas, llegados de todo el mundo, expusieran sus obras. Los visitantes ocasionales del barrio podían llamar a cualquiera puerta, a cualquier hora, y el propietario se comprometía a enseñar las obras que los artistas exponían en aquel espacio privado.

Mis amigos y yo llegamos un poco tarde a la cita. Nos dio muchísimo reparo llamar a una de aquellas puertas. Pero, al final, cierto que un arrebato, tocamos un timbre y nos abrieron. Fue casualidad, pero fuimos a parar a la misma vivienda que el día anterior aparecía fotografiada en el diario local y que me llamó la atención por la obra que exponía. La dueña, una señora mayor, que en el artículo llamaban la tía Lola, nos abrió y nos enseñó la casa tradicional, construida por su abuelo a mediados del XIX, y las obras -varias instalaciones vanguardistas- que se exponían en ella.

La iniciativa llama la atención por su originalidad: la casa se convierte en galería de arte como forma de protesta. Pero, ya lo dije más arriba, va más allá: busca un quicio entre lo privado y lo público, una forma de comunicación que en un momento traba dos mundos distintos, el mundo de los recuerdos de la familia, el mundo de la vida diaria, el mundo de las fotos de bautizo, primera comunión y boda, y la esfera del arte contemporáneo, el mundo en transformación, inquieto y nuevo. Ver a aquella señora de más de 70 años explicar las obras vanguardistas que tenía en su casa producía un inexplicable concepto de lo nuevo. Hay un nivel de comunicación que sobrepasa cualquier intento de explicación, porque el visitante se encuentra en casa ajena, en casa privada, viendo una actividad pública. Porque en esta experiencia se han borrado los límites, precisamente porque existe una amenaza de destrucción que hace que todo, casa, paisaje, obra de arte se encuentren en el límite de lo efímero. Todo puede desaparecer.

No hará falta que diga que me impresionó la iniciativa. No sólo por su carácter positivo. Protestaban colocando arte, no quemando contenedores. También porque acababa con muchos tópicos sobre el arte contemporáneo; esa convivencia en casa ajena creaba nuevos vínculos de comunicación. Desde hace mucho tiempo se tiene al vínculo entre lo local y lo universal como una de las formas de autenticidad, y de contacto con la modernidad. La forma proviene de principios de siglo, y me da la impresión de que ya no sirve del todo para explicar la complejidad de este tiempo que comienza. El Cabañal me mostró otro vínculo distinto: los habitantes habían dejado de ser lugareños, porque unían lo personal y lo social, lo privado y lo público, arte y vida cotidiana... otra forma de modernidad.

Cuando abandonábamos la casa, la tía Lola nos dijo: "Hablen de nosotros en Bilbao, cuenten lo que nos pasa". Es lo que estoy haciendo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_