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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Funcionario de la fe

Las graves discrepancias entre el episcopado alemán y el Vaticano han dado lugar a un intercambio de declaraciones y semidesmentidos que pone sobre el tapete una cuestión históricamente espinosa, pero que no tendría por qué serlo: la posible renuncia del Pontífice, de cualquier Pontífice.El presidente de los obispos alemanes, Karl Lehmann, ha planteado -si no pedido, como se ha apresurado a aclarar- la posibilidad de que Juan PabloII, que en mayo cumplirá 80 años, considere su renuncia si entiende que sus facultades físicas no están ya a la altura de las exigencias del cargo. Ya en 1999, Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán, había evocado, aún más veladamente, esta posibilidad ante la evidencia de que Juan Pablo II, aquejado desde comienzos de los noventa de la enfermedad de Parkinson, padece un deterioro físico indisimulable, exhibido ante la parroquia universal, que sigue en televisión la permanente vuelta al mundo que es su pontificado.

Corresponde al propio Papa, monarca absoluto de la Iglesia católica, y en todo caso a la curia, junto a los fieles de todo el mundo (en la medida en que el obispo de Roma se avenga a escucharles), decidir si el jefe de la Iglesia católica pone término o no a su mandato. Pero no puede ser materia de escándalo que esa eventualidad se discuta abiertamente. Por ello parece muy poco sensato que, como ha sucedido con la primera reacción de parte de la curia, ésta adopte una actitud casi de dignidad ofendida en el rechazo.

El Papa es un hombre, como por hombres está constituida la estructura de poder de la Iglesia, y ninguna verdad revelada obliga al católico a creer, contrariamente a lo que ha dicho el Papa en aparente respuesta a Lehmann, "que Dios nunca nos pide que afrontemos tareas por encima de nuestras fuerzas". La tarea finisecular del pontificado puede estar por encima de las fuerzas del Papa polaco, aunque corresponde a otros dar respuesta a esa cuestión.

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La Iglesia alemana, que ha tenido que someterse a la autoridad pontificia poniendo fin a su presencia en una red de centros de asesoría sobre el aborto, que en modo alguno fomentaba la interrupción del embarazo, ha vuelto a señalar un camino de modernidad que debería liquidar un tabú secular. El derecho canónico no contempla la jubilación forzosa, pero sí una eventual renuncia.

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