España, España, España JORDI SÁNCHEZ
Curiosa manera de criticar el nacionalismo tienen algunos tipos del PP cuando de su boca no salen más que palabras y conceptos del más rancio y tronado españolismo. Las palabras de Aznar, el pasado domingo, y las del ministro Serra, anteayer, son un buen ejemplo de una conducta muy propia del nacionalismo español consistente, por una parte, en defender el concepto de nación española y su unidad territorial tal y como hoy la Constitución la define y con una contundencia verbal impropia de un presidente o de un ministro de un Gobierno de la Unión Europea, y por otra, en intentar disertar públicamente contra los vicios y peligros de los nacionalismos en general, como si esas cuestiones del nacionalismo no fueran con ellos. Es cierto que la comunicación política contemporánea se caracteriza, en parte, por lanzar mensajes desde un mismo emisor en muy poco tiempo, sin necesidad de que éstos sean necesariamente coherentes entre ellos. Pero lo que en las últimas 72 horas destacados miembros del Gobierno español han planteado es a todas luces un exceso en esta práctica. Ese intento seudointelectual del ministro Eduardo Serra de diferenciar entre patriotismo y nacionalismo mientras él mismo recordaba la función del Ejército como garante de la unidad territorial y cuando el discurso de Aznar en Melilla aún estaba en el oído de muchos ciudadanos parece más bien un insulto a la inteligencia de la ciudadanía.La fuerza del nacionalismo español reside precisamente en cierta banalización de su actuación gracias, precisamente, a la posesión de un Estado nación. Por el contrario, la necesidad de hacer evidente la existencia de una nación como la catalana o la vasca, que no disponen de una estructura de Estado propia (y que muy posiblemente ya no la obtendrán jamás), obliga a presentar de forma permanente la idea y la defensa de la propia nación. Así pues, la asimetría evidente que existe entre las diversas naciones que hoy integran eso que llamamos España permite que sólo unos cuantos, los periféricos de nación no castellana, tengamos que identificarnos como nacionalistas, a pesar de que, como se ha demostrado recientemente, el nacionalismo también circula por las venas de muchos hijos de nación castellana. Muchas veces se nos ha acusado a los nacionalistas vascos, gallegos o catalanes de ser secesionistas. No niego que ésa sea una opción, bien legítima por otra parte, pero lo que deberían aprender de una vez los defensores de esa España que Aznar y Serra se encargaron de recordarnos estos últimos días es que con su actitud la secesión es mucho más apetecible. España sólo será posible si los españolistas estan dispuestos a cambiar una determinada concepción de España que excluye toda realidad de nación no castellana. Es imprescindible un cambio de actitud que permita que la plurinacionalidad contra la que hoy se recurre en el Tribunal Constitucional mañana pueda formar parte de una nueva Constitución. No hay otro camino posible si realmente lo que se quiere es abrir un nuevo escenario político que deje atrás años y años de tensión e incomprensión. La construcción de la Europa política debería permitir con más facilidad de la que ha habido hasta ahora dibujar ese nuevo marco donde todos nos podamos sentir acogidos y reconocidos. Seguir insistiendo en los tópicos de siempre de la unidad nacional y ahora la defensa de la Constitución como si de las Sagradas Escrituras se tratara sólo sirve para seguir alimentando los tópicos de siempre.
Es posible que esos discursos tengan un resultado electoral en algunos sectores de la población, pero creo que, en perspectiva de futuro, alimentar esas actitudes puede representar un bloqueo muy importante. España tiene un problema por resolver: el del encaje de las naciones de raíz no castellana en una estructura institucional y un texto constitucional que no lesione ninguna sensibilidad ni ningún derecho. Sembrar ideas que no vayan en esa dirección pude ser pan para hoy pero sin duda hambre para mañana. Sin ir más lejos, la solución a la violencia en el País Vasco puede necesitar una reforma de algunos aspectos institucionales e incluso constitucionales y estatutarios. Posiblemente la opinión pública española podrá aceptar mejor esos cambios si no hay políticos e intelectuales que alimenten los tópicos más rancios del nacionalismo español.
Es cierto que la nación es una realidad a la cual uno libremente se adhiere y con la cual el único contrato existente es el que se construye a partir de la voluntad. Esa adhesión desde la libertad es también lo que le confiere mucha más fuerza y lo que hace previsible que los intentos externos de reducir la nación, por ejemplo la catalana, a una simple realidad regional de otra nación estén condenados al fracaso. La historia de España es un claro ejemplo de esa dialéctica. La decisión del PP de convertir los próximos comicios en un hito patriótico en la defensa de España y la Constitución no sólo es una estupidez, sino también un grave error, ya que no sólo pretende estigmatizar al nacionalismo vasco, gallego y catalán, sino además dividir a los españoles entre buenos y malos. Es cierto que el PSOE también tuvo ciertas actitudes similares, pero no recuerdo que fueran encabezadas tan descaradamente por el entonces presidente del Gobierno y el ministro de Defensa. Tomando prestadas unas palabras de Aznar, España no va bien ni va a ir bien mientras se sigan defendiendo unas posturas más propias del siglo XIX que del siglo XXI. A Aznar le ha gustado fotografiarse con su amigo Tony Blair; sin embargo, creo que entre instantánea e instantánea podría conversar con él para ver si consigue retener alguna idea útil para la resolución del contencioso sobre la plurinacionalidad que España aún tiene abierto. Quizás el principal problema de Aznar no sea de voluntad, sino de facultades... lingüísticas, por supuesto.
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