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La manifestación

IMANOL ZUBERO

PNV, EA e IU han convocado para el próximo sábado una manifestación con un largo lema en el que se mezclan confusamente la expresión de una voluntad firme e innegociable (¿o es una necesidad a la que se puede poner precio?), Bakearen alde, y de dos exigencias, ETA gelditu y Espainia eta Frantziako gobernuak mugitu. Todo ello resumido en un lema principal: Euskal Herriak du hitza eta erabakia. ¿Tiene Euskal Herria la palabra y la decisión?

A pesar de las críticas que esta denominación recibe por parte de los cruzados de la pureza constitucionalista, que ven en ella la plasmación del expansionismo nacionalista, siempre he sido un usuario animoso del término Euskal Herria, pues en mi opinión define un hábitat cultural compartido por personas que viven en espacios políticos distintos. Por cierto, ¿dónde ha quedado aquel "euskalerritarra naiz" con el que se afirmaba la identidad vasca de los militantes del PP en la propaganda electoral de las últimas municipales? Pero Euskal Herria no hace referencia a una realidad política. Por eso, si estamos hablando de palabra y decisión políticas, entonces sólo cabe decir que Euskal Herria carece de ellas. En todo caso, tendrán la palabra Euskadi y Navarra (a través de sus instituciones democráticas, surgidas de la voluntad de sus ciudadanos) y las tres provincias del norte (o del sur, según se mire), para las que deseo de corazón que consigan romper la cerrazón jacobina de París y logren constituir algo tan razonable como ese departamento que reivindican.

Reflexiona Bernardo Atxaga sobre la incapacidad mostrada por el PNV tras la Guerra Civil para hacer una propuesta que tuviera en cuenta a todos los vascos, no sólo a los nacionalistas: "Euzkadi no era un territorio ni una gente -como sí lo era el País Vasco, Euskal Herria-, sino el nombre que una determinada opción política, la más vasquista, daba a su utopía". Lo mismo está ocurriendo ahora con la palabra Euskal Herria. El nacionalismo vasco parece haberse instalado definitivamente en la posición de rey Midas: convierte en nacionalismo todo lo que toca. Y si es verdad que al principio de la historia se podía hablar realmente de "conversión" (es decir, de cambio de valor), a la larga el drama del mitológico rey tiene que ver con un problema de "reducción" (es decir, de pérdida de valor): todo lo que tocaba era reducido a oro, material inútil en comparación con los imprescindibles alimentos o las caricias de otras personas, de las que su terrible capaci-dad le había privado. Hablar de Euskal Herria como sujeto político es repetir el error al que se refiere Atxaga. Es perder un precioso imaginario que todos los vascos y navarros podríamos compartir para convertirlo en una pieza más de la iconografía nacionalista.

A todo esto hay que añadir la decisión de EH de sumarse asindóticamente a la manifestación, lo que no es sino una forma de restar. Nunca han sabido empujar una pancarta que nos sea la suya. Nunca han sabido mezclarse, ni tan siquiera como levadura que fermente la masa ciudadana. La izquierda abertzale o, al menos, su buque insignia, es por encima de todo una cultura de sitio: siempre están en su sitio, sólo saben estar en su sitio, sitiados o sitiando, pero siempre en ese orgulloso aislamiento mucho más británico que irlandés.

En fin. Mis mejores deseos para los ciudadanos y ciudadanas que van a manifestarse el sábado. Yo no voy a estar y de verdad que lo siento. Me gustaría decirle una vez más a ETA que se multiplique por cero. Me gustaría decirle al Gobierno del PP que no continúe con ese tono desabrido y chulesco que, en las últimas semanas, caracteriza las apariciones públicas de sus más destacados miembros cuando hablan del País Vasco. Pero no soporto la mezcla de churras con merinas. No quiero ser un manifestante demediado. Y no quiero tener que preocuparme por saber quién arrima mi asistencia al ascua de su sardina.

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