Abulafias
MANUEL ALVARA los 18 o 19 años di mi primera conferencia. Elegí a Pedro Espinosa. Sería alguna lectura de clase con aquel maestro de excepción que se llamó -y Dios quiera que por muchos años- José Manuel Blecua. Hablé de la Fábula de Genil. No me di cuenta de que allí faltaban no pocas realidades por muchas realidades que hubiera; años, ¿tantos años?, más tarde, descubrí la nueva realidad. Se llama Abulafia, aunque el ingenio tuviera aspecto renovado y me hablara de un mundo venido de Oriente. Aquí se encuentran los dos mundos y el dialectólogo tiene que explicarlos. Aquellas azudas o norias de agua eran harto distintas de las norias de carga. Supe entonces que eran hermanas de la Abulafia cordobesa, de las que nos trajeron los ingenieros granadinos de Fez, de las que hoy se encuentran en la Alhama de Oriente o a orillas del río San Francisco en Brasil.
Todo esto lo fui aprendiendo: supe de Garcilaso, de los romanos que las utilizaron en minas españolas, de Juanelo que las montó en el Tajo. ¿Qué más? Al encontrármelas en Écija, en Jauja, en Iznájar y en Cuevas de San Marcos, se me agolparon emocionados recuerdos. Mi gran amigo don Emilio García Gómez hizo una traducción deslumbradora de los poetas arábigo-andaluces. Supe de ella, la leí, la traje en mi mochila de estudiante. Don Emilio tradujo a Abú Tammán Gálib ben Ribah y sorprendió al poeta que, asombrado, vio una rueda hidráulica a la que se había desprendido un álabe. Se detuvo unos instantes y el poeta pergeñó sus versos: "Tiene una voz melodiosa, pero no puede hablar. Una tabla que se le desprendió le hizo detenerse un abrir y cerrar de ojos, y luego se puso en marcha. Es como una cantora que interrumpe la melodía para oír decir ¡Ah! a quien está a su lado".
La poesía que traduce García Gómez está operando sobre nuestra sensibilidad. Es el milagro de ser poesía, pero es -también- el milagro de quien recrea al traducir. Bien poco hace se ha dicho que en el principio no fue el poeta, sino el intérprete de la realidad. Nuestro arabista interpreta, traduce y nos da criaturas verdaderas. Bastaría recordar la Fiesta en un jardín del malagueño Abu-l-Qasim ben al-Saqqat (siglo XII): "A la sombra de aquel día giraban los deseos / sobre nosotros como esferas astronómicas de felicidad. // Lo pasamos en un jardín al que una nube, armada con / el acerado sable del relámpago, escanció la bebida / de la madrugada. // El rojo vino nos dio como almohadas los macizos de / murta, y parecíamos reyes sobre el trono de los verdes boscajes. // La mano del amor nos ensartó para la alegría: / nosotros éramos las perlas, y los amores, los hijos. // Nos atacaban como lanzas los pechos de las doncellas / moviéndonos guerra, y para defendernos no vestíamos / otra cosa que nuestras pieles de fanak . / Ante nosotros se destapaban caras deliciosas, que / parecían lunas entre la noche de las trenzas".
Los motivos poéticos de Al-Andalus nos han llevado de la mano a los ingenios que todavía duran por nuestros campos. Cuando recordamos las casidas y gacelas del diván de Tamarit, vislumbramos que a García Lorca le llegó esa maurofilia granadina desde los poemas traducidos por García Gómez de los que he dado unas muestras muy escuetas.
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