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LA CRÓNICA Cuando rugen las cafeteras ENRIQUE VILA-MATAS

Hoy en día Fritz Lang es un mito, una figura legendaria de la historia del cine, pero hubo un tiempo en que fue una persona de carne y hueso, una persona con la que me crucé en el inmenso lavabo de un hotel de San Sebastián. Como no había en ese momento nadie más en aquel lavabo, puedo decir que he estado a solas con Lang. Cuando se lo conté no hace mucho a David Trueba, éste quedó muy impresionado, y es que para el joven Trueba decirle que yo había visto a Lang fue como si a mí alguien me cuenta que veía a Kafka por Praga.Me ha quedado un recuerdo imborrable de aquellos momentos del siglo pasado en los que estuve a solas con Lang. Imborrable sobre todo porque ocurrió algo más bien extraño. Vi a Lang dirigirse a un espejo y mirarse con rara fijación durante unos interminables segundos. Como se sabe, en los últimos años de su vida Lang llevaba un parche negro en un ojo. Pues bien, vi cómo de repente cambiaba al parche de lugar y lo pasaba al otro ojo. Luego, al advertir que le había visto, me dirigió una sonrisa cómplice, como queriendo decir: que quede entre nosotros.

¿Era el parche de Lang un puro adorno, una coquetería más del viejo genio? No sabría qué decir, pero de lo que estoy seguro es de que Lang fue efectivamente un genio, uno de los grandes de la historia del cine. Me resulta difícil concebir a un aficionado a ese arte que no vea en The big heat (Los sobornados) una de las más grandes películas de todos los tiempos, una película con imágenes aún más imborrables que la de aquel extraño parche portátil del lavabo de San Sebastián.

Quien ha visto la secuencia, dificilmente la olvida. Hablo de Lee Marvin arrojando café hirviendo en la cara de una Gloria Grahame que pasará el resto de la película con media cara velada. ¿Y quién no se acuerda también de esa otra secuencia en la que una sublime Gloria Grahame le dice a Glenn Ford: "Oye, he sido rica y he sido pobre, y créeme, rica es mejor"?

Me ha parecido siempre una película tan genial que se comprenderá fácilmente mi alegría cuando me enteré de que Javier Coma acaba de publicar un largo estudio sobre este thriller tan inolvidable. En Libros Dirigido, colección Programa Doble, se analiza Los sobornados en compañía de Cautivos del mal, de Minnelli. Como es habitual en él, Javier Coma se muestra brillante en su análisis del filme de Lang. Y así uno se entera, por ejemplo, de que el hombre del parche portátil no mostró excesivo entusiasmo cuando le encargaron la película, pero que pronto cambió de idea al ver la clase de química que fluía entre esas dos cafeteras hirviendo que parecían Glenn Ford y Gloria Grahame.

Y eso que al principio del rodaje hubo algunos problemas, sobre todo provocados por Gloria Grahame, que había cogido muchos humos al ganar el Oscar de secundaria por Cautivos del mal (precisamente la compañera de la programación doble del libro de Javier Coma). Lang se enteró de que ella en Los sobornados no quería ser la querida de un pobre gánster, sino la hija de un rico industrial perteneciente al Country Club. Lang llamó entonces a Grahame y le dijo: "¡Si usted continúa así, me las arreglaré para mostrarla siempre de espaldas y alquilaré un loro que diga su texto!".

Genial Lang. Del poco entusiasmo inicial pasó al extremo contrario cuando se dio cuenta de que el protagonista de su película nunca se resignaba a aceptar el Mal, y lo que era más admirable: se alzaba y combatía. Y es que todo esto le traía a Lang el sentimiento de frustración y humillación que renacía rechazando a Hitler y Goebbels, pero huyendo. Y Los sobornados le recordó -y no está de más que lo recordemos también ahora nosotros en los tiempos que corren- que si hubiese habido más indivíduos valerosos para oponerse cuando era la hora, tal vez los horrores del nazismo habrían sido evitados.

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Años después de aquel rodaje, diría Lang: "La esencia de la vida es luchar por las causas que se cree justas". La frase me recuerda a una del torero Juan Belmonte: "El peligro es el eje de la vida sublime". Esperemos que el nuevo siglo siga viendo a esos hombres eternos y solos ante el peligro que, como Glenn Ford en la película de Lang, rugen como cafeteras hirviendo cuando deciden que en todo ser humano existe el anhelo de que el bien venza al mal. Si apestar, engañar y torturar es lo peor que hacen los hombres, lo mejor de nosotros reside -como decía Nabokov- en la capacidad de ser bondadosos, orgullosos, valientes. Y en tener humor, añadiría yo, saber cambiarse de ojo un parche.

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