Y Maragall desenfundó su fusil PILAR RAHOLA
¿Quién dijo aquello tan perverso de que el drama de la mujer es que de pequeña se la dejaba en manos de mujeres? No creo que Michelet creara más lindezas del estilo para otros colectivos, pero me permito el exceso de parodiarle: el drama de los socialistas es que a menudo se les deja en manos de socialistas. Corro el riesgo, por tanto, de que cuando el júbilo expresado en este artículo salga a la luz, una legión de socialistas, asustados de ellos mismos, ya habrán matizado, arreglado, semidesmentido, etcétera, las palabras de Maragall. Sin embargo, y con las reservas debidas y las defensas altas, me permito alegrarme públicamente por lo que me parece un ejercicio de inteligencia política: la petición de retorno de los archivos de Salamanca. Y, a pesar de que el personal ya habrá expresado el "¡claro!" pertinente -no en vano quien esto suscribe mareó todo lo que pudo en Madrid hasta conseguir una resolución a favor del retorno de los archivos, que por cierto nunca se ha cumplido-, no expreso alegría por participar de la tesis que alimenta la petición, sino por la estrategia que se intuye detrás de la petición.Me explicaré, con dos previas. La primera, que por supuesto estoy a favor de que aquello que nos fue expoliado por la fuerza de las armas, y utilizado para organizar la represión franquista, nos sea devuelto en democracia. La segunda previa, que es una buena noticia que alguien recuerde hasta qué punto nos han tomado el pelo con este tema. Nos lo ha tomado Aznar, que nunca tuvo la intención de devolverlos -por cierto, este chico cada día se parece más al adolescente que dicen que fue, color azul incluido...-, y nos lo ha tomado Pujol, que nunca tuvo intención de convertirlo en un tema de presión efectiva. En realidad estos temas simbólicos, que nada tienen que ver con los intereses de clase que defiende con ahínco, sólo sirven para la exaltación de los mítines, pero nunca están en la maleta del puente aéreo.
Inteligencia política, más allá incluso de la exigible coherencia en un partido catalán: a eso voy. Soy de la tesis, expresada en diferentes artículos, de que Cataluña necesita que lo catalán no sea patrimonio de un partido, sino de la mayoría, y que el uso y abuso que ha hecho CIU, con apropiación incluida, de todo lo que era catalanidad, ha hecho un serio daño a los intereses que pretendidamente defendía. Con perspectiva histórica creo que podremos analizar hasta qué punto Convergència ha manipulado sentimientos colectivos y reivindicaciones históricas -que luego ha dejado tiradas por el camino- para así camuflar lo que en realidad ha sido una política de lobbies económicos. A pesar de que gana con un millón de votos, de los cuales seguramente 900.000 están vinculados a la defensa de Cataluña, Pujol siempre ha gobernado en realidad para los 100.000 restantes, los que le votan para que defienda sus propios intereses. Y así hemos ido tirando, atrapados en esta dialéctica diabólica que permitía que unos abusaran de los símbolos y los otros, en contraposición, los rechazaran. A medio camino de nadie, Cataluña ha quedado como la prostituta del barrio, utilizada por todos y por todos ignorada.
Pero ¿qué pasaría si CIU no pudiera enquistarse más en la excusa de la catalanidad y tuviera que debatir políticamente su ideología en lugar de camuflarla? ¿Qué pasaría si la defensa de los archivos no fuera patrimonio de can Pujol, sino de todos los partidos sensatos, y por tanto el debate fuera sobre la Ley de Extranjería, sobre su política educativa, sobre su modelo sanitario? Pujol ha conseguido practicar durante veinte años una ideología de derechas -de derecha dura, en muchos casos- y hacer ver que no tenía ideología. El "¿república/monarquía?: ¡Cataluña!" de Cambó que Pujol ha reconvertido en un "¿escuela pública/privada?: ¡Cataluña!" Y así nos ha ido.
Si me permiten decirlo con rotundidad, la defensa del archivo de Maragall -me niego a reconocer que he oído las sandeces posteriores de Nadal- es importante porque necesitamos un Maragall catalanista, como necesitamos un grupo parlamentario socialista también catalanista. Sólo así la defensa del país dejará de ser manipulada por un solo partido, y sólo así los intereses reales de los ciudadanos se convertirán en el centro de la vida política. Sólo así, además, Cataluña dejará de ser un corazón partido, con una sociedad de buenos y malos catalanes, para ser (perdón por el exceso poético) un amor compartido.
Porque hay que recordarlo. Pujol se ha apropiado del terreno, y durante veinte años ha acumulado en la reserva un buen paquete de símbolos que iban usando y tirando en función del momento. Pero lo ha hecho porque los socialistas le han regalado el terreno. Porque ahí está, todo ese montón de militantes socialistas, antiguos luchadores de Cataluña, que hace veinte años que no saben cómo se es catalanista sin ser pujolista. Y desertan del intento. Si Maragall puede representar un revulsivo en la sociedad catalana, no es sólo porque
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