Entrando en año
Hoy es día histórico (así se dice) en mi vida: éste es mi primer artículo del año 2000. Impresiona ese cambio en las unidades de millar; muchos de mi edad, y, con motivo mayor los de más, tenemos que agradecer a los impacientes trucadores (no simples trocadores) de fechas que, regalándonos un año de vida, hayamos podido hacer pie en el siglo XXI; y no podrá decirse que sin comerlo ni beberlo, con Nochevieja por medio. Confieso la congoja que me acometía ante la posibilidad de haber sido sólo "un señor del siglo pasado", pero la amputación que han infligido al XX (y al milenio, por tanto) me libra, y a otros como a mí, de ser unos simples finiseculares; cerrando los ojos a los cómputos, henos aquí viviendo en "el cruce de las dos centurias"; lo cual es otra categoría.Y aprovecho esta sublime ocasión para responder a una amiga que me pregunta en un "christmas" por qué la Academia se desentiende del vocablo rumorología. ¡Es tan linda me dice!, con la persuasión porteña que rezuma su carta. Además, la recogen bastantes diccionarios. Le aseguro que no sé por qué falta en las columnas del sacro aposento, aunque, si persiste tanto, entrará. Lo cual no impide que me parezca -y no sólo a mí- una gema en el tesoro de cutrez culta que está acumulando nuestro idioma. Es muy reciente, tal vez no muy anterior al año 80 de este siglo (al XX me refiero), y sirve para ennoblecer a punta de sufijo el salteador anónimo que, muchas veces navaja en mano, colma el apetito de ajenas sorpresas, tan grato a todos, mejores cuanto más estrepitosas. Del formante -logía dice el diccionario que aporta el significado de "tratado", "estudio" o "ciencia", y, en efecto hay que escarbar poco en el idioma para comprobarlo. Cuando se tenía con el idioma otra amistad y otro aquel, se inventó para decir lo mismo chismografía; empezó siendo, como lo fue rumorología, una voz burlesca para designar la marea de chismes que empapa a la sociedad en un momento dado, pero no era tan petulante. Al nombre rumor -aunque menos afrentoso que chisme, es cierto-, se le ha puesto el rabo prestigioso de nombres de ciencias y saberes, para que nazca el pipiolo y medre y arrumbe a la vieja chismografía. Pero nada ocurre sin causa, y ésta puede deberse al moderno arraigo -en España al menos- de profesionales del rumor que ejercen tal oficio en los medios: el nombre rumorólogo luce la misma trasera que sexólogo, parasitólogo o entomólogo, y, muchas veces, se aplican al mismo objeto. Tan fértil hallazgo abre grandes horizontes genesiacos a -logía y -logo: gracias a ellos, podrán fundarse nuevos vocablos imprescindibles, madridólogo o barsálogo, por ejemplo, para especialista en ambas futbologías.
Tal vez no fuera muy desenfocado interpretar rumorología como un oximoron o paradójica reunión de contrarios. Es una pareja de hecho formada por antagónicos, o casi. Y nada hay más bellamente retórico (un silencio elocuente), gracioso (unos finos insultos) y hasta místico (que muero porque no muero). En cualquier caso, se trata de un fenómeno normal, y en crecida imparable.
Son muy notables, verbigracia, los pregonados tirones alcistas de la Bolsa en diciembre, después de haber andado de capa mustia durante meses, y de tener a mucha gente en un ay. Pero al final del otoño vinieron las lluvias, y al misterioso juego de los valores se le puso buena cara, según decían, aunque bastantes continuaron demacrados. Y es que la ascensión pingüe, aunque cosa de pocos, elevaba el promedio de las cotizaciones, y esto parece ser lo que se cuenta. Como dijeron, y no sólo una vez, por la radio es que la subida se producía por culpa de Telefonica (pronúnciese telefónica) y empresas así. "Felix culpa", como dijo san Agustín con un celebrado oximoron. Pero no creo de menor agudeza éste de algunos glosadores de la economía: hacen culpables a las compañías en alza de algo tan risueño como ha sido el despertar del sopor dinerario; a cambio, pudieron vencer el insomnio tantos conciudadanos a quienes esa situación ocupaba y preocupaba (por decirlo con esta boba muletilla hoy trotona).
Es singular el prestigio que rodea a la figura retórica agustiniana. Así, sigue sonando alguna vez lo de sufrir mejoras por experimentarlas. Es verdad que las mejoras hacen sufrir a veces (asfaltados, obras de aparcamiento, depilación de piernas, etcétera), pero eso es otra cosa. Sin embargo, este oximoron no abunda tanto como otro que alancea de cutio ojos y oídos. Es el de conseguir varias derrotas seguidas, cosa que, según comentaristas, hicieron los grandes titanes del balón hasta hace poco (¿o aún?). Pero en el significado de ese verbo, como en el de lograr, entran como fundamentales las notas de "pretender", "con deliberación" y hasta "con esfuerzo". Sin embargo, no rechazo ese uso con decisión: pudiera ocurrir que, en conseguir derrotas no hubiera asociación paradójica. Porque ¿y si el amor que proclaman a su camiseta esos jóvenes potentados les impidiera someterlas al sudor, plebeya secreción del esfuerzo, temiendo que empape unas prendas tan amadas -por contrato- y gloriosas. Se resisten a convertir su once en una gañanía montada en Ferrari: también se deben a la marca. Y ese propósito recto los vuelve incomprendidos para el vulgo de las gradas, a quien gusta, y es gusto zafio, ver las axilas de los muchachos rezumando. Pero se ve que muchos zagales cresos no están por esa labor, y prefieren conseguir derrotas, irritantes para la plebe, pero sin oximoron.
En cambio, escarceando por entre la broza de los estadios, lo hallamos en la abyecta afirmación de que tal futbolista metió un gol de bandera con su magnífico oportunismo. Constituye plaga este disparate que remite, ciertamente, a oportunidad, la cual consiste, según el diccionario, en aprovechar al máximo las circunstancias para obtener el mayor beneficio. Lo cual hacen algunos jugadores príncipes. Pero es que el riguroso mamotreto exige algo más para ser oportunista: se precisa que ejecute su acción sin "tener en cuenta principios ni convicciones". Al elogiar el oportunismo de un jugador -tengo ante los ojos el dedicado hace pocos días a Helguera- se produce una asociación de contrarios (mérito-ratería), que ya no desconcierta a los cronistas de los verdes campos del domingo.
Tampoco es indigna de consideración la alianza extraña a que causó el peligroso temporalillo de nieve y frío con que empezó a asomarse el invierno: un gran diario anunciaba con destacado titular cómo se habían adoptado oportunas "medidas para sofocarlo".
Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.
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