El autodidacta del sentimiento
-¿Paco Maroto? Sí, hombre. Er violinista más grande que ha habío nunca en la historia de los verdiales. Allí le tienes en aquella panda.Venta de San Cayetano, en el Puerto de la Torre, una barriada de Málaga de ancestros agrícolas. Está por llover pero se aguanta. Miles de personas beben vino dulce y hacen corro alrededor de las decenas de pandas de verdiales que aquí se concentran cada año con motivo de la fiesta de los tontos, la Fiesta, en argot verdialero.
-¿Ésta es la panda primera de Comares?
-¿No escuchas que es gloria? Nadie toca de esta manera.
Un chaval bajito, sonriente y fornido, toca el violín con rapidez y más riqueza melódica que la mayoría de los violinistas de las pandas de verdiales. Está frente al del pandero. Violín y pandero son los que cortan el bacalao del verdial. El alcalde dirige con la vara como maestro de orquesta. Laúd y bandurria doblan las falsetas del violín.
Los dos guitarras puntean mientras los dos tocaores de platillos hacen compás y contrapunto. Un anciano sin dentadura, tocado con el gorro de espejos y cintas, eleva la voz desde el centro de la panda. Entre copla y copla, el violín avanza y dobla la melodía que se canta, parecida a la de las malagueñas, otra forma derivada del fandango.
Acaban y el público aplaude. Un cabal recita espontáneo al chaval del violín: "Yo señores me alboroto / porque me encuentro feliz /y yo por ti doy mi voto / pronto vas a sustituir / al mismo Paco Maroto".
-Paco Maroto es mi maestro. Yo soy Pedro Fernández. Carpintero. Pero también estoy en la fiesta desde chico en carrito. Yo bailo y canto en esta panda. Pero de vez en cuando me echo un revezo y cojo el violín.
Y entonces aparece el maestro. Alto. Curtido de piel. Los dedos anchísimos de ser agricultor. Sesenta y siete años. Está feliz porque el lunes salió en el programa de Consuelo Berlanga, de Canal Sur, y todos los del pueblo dicen que por fin se hizo justicia.
-Al chaval lo escuché un día cuando tenía ocho años y ya era muy bueno y me dije "éste no se me escapa a mí".
Porque Fernández, como Maroto, como todos los músicos de las pandas de los tres estilos de verdiales (Montes, Almogía y Comares), aprende los secretos del festero de padres a hijos y lo perfecciona de manera autodidacta.
"Este violín era de mi bisabuelo. Así que haga la cuenta de los años que tiene", dice el patriarca. Los pelos del arco, explica, son "de cola de caballo; no de yegua, porque al mear la mojan y el pelo cede". Cuenta Maroto que una vez un violinista "de conservatorio" le dijo: "tiene usté de los brazos unos matices mu difíciles de encontrar".
Maroto le metió "tres subías más" a las dos que entonces tenía el verdial. Parece un Stéphane Grapelli, el gran violinista de jazz autodidacta, del verdial. Maroto fue de los que ayudó en los años cincuenta a que esta forma ancestral de folclor no se perdiese en su pueblo. También canta. Maravillosamente. "Esto de los verdiales es mucho oído y sentimiento. Y el cante, más. El cante es nacío o no hay ná que hacer". La gente le felicita por lo de la tele.
Pedro, su discípulo, le toma el relevo. Mantiene la riqueza de las falsetas de su maestro. Es su patrimonio. Simples y grandes como las 12 falsetas de guitarra de Diego el del Gastor en Morón de la Frontera. Doscientos y pico años tiene ese violín destilado. Alguien jalea: "¡Ya quisiera la sinfónica!".
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