El paseo al mar y la Sagrada Familia
A Valencia y Barcelona les une entre otras muchas cosas una persistente obstinación centenaria. A la primera concluir el Paseo de Valencia al Mar, proyecto del ingeniero Casimiro Meseguer, cuya redacción y aprobación nunca contemplaron tal posibilidad legal: llegar al mar; obsesión cíclica institucional, hoy, además de un anacronismo, constituye una imposibilidad física a un coste social y económico razonables.Para la segunda, terminar el templo expiatorio de la Sagrada Familia, proyectado por el arquitecto Antonio Gaudí, es una vieja aspiración de determinados estamentos sociales, tan anacrónica como la anterior no sólo por la obsolescencia de sus objetivos sino por la orfandad de autor.
Brevemente, comencemos por el segundo caso. En efecto, si atendemos a los objetivos, en la sociedad actual la expiación de los pecados no es ciertamente un valor en alza, sino todo lo contrario, mientras que la funcionalidad como lugares de culto de los grandes templos en el mundo occidental es tan escasa como la práctica de la religión en dichos espacios; prueba de ello es su sustitución por los telepredicadores y las exposiciones emblemáticas. Para nuestro infortunio, los templos de final de milenio son los centros comerciales provistos de uno o varios hipermercados y con abundancia de multicines a donde la gente accede en su coche a través de un subterráneo -la cripta moderna- y no contempla nunca las fachadas.
Si nos referimos al contexto del Modernisme, éste ha sido sobrepasado por los muchos ismos que luego han sido y, lejos de ser un lenguaje contemporáneo, es un estilo pasado de moda que sólo utilizan ya los interioristas de las boutiques cutres y Santiago Calatrava.
Por último, en cuanto al autor, es de sobra conocido que Gaudí trabajaba sin un proyecto plenamente desarrollado en el sentido moderno, improvisando, a medida que avanzaban las obras, soluciones constructivas y hallazgos formales ciertamente difíciles o imposibles de reflejar en un plano o documento de proyecto alguno; y todo esto, apoyándose en el oficio de artesanos y escultores de su equipo y en los materiales disponibles en cada momento. Muerto Gaudí, la obra pronto se convertiría en un imposible y, a esta alturas, en una gran mentira. Quiero decir con esto que, aunque ignorásemos los objetivos y soslayáramos la procedencia de la utilización de un lenguaje del pasado, siempre nos quedaría el autor como último responsable en la definición del objeto. Y estamos obligados a reconocer que se puede concluir un proyecto de Mies sin Mies pero no una obra de Gaudí sin Gaudí.
En Valencia la prolongación hasta el mar de la avenida de Blasco Ibáñez ha sido invalidada con el paso del tiempo, a medida que objetivos del proyecto de Meseguer han sido alcanzados, bien total o parcialmente, o quedado obsoletos en su totalidad.
Así, el Ensanche este de la ciudad -hacia el mar- que el Camino-Paseo de Meseguer debía potenciar como un eje vertebrador del mismo es un hecho consolidado, torpemente pero de forma indiscutible.
La necesidad de organizar una nueva ruta a puerto y playas, alternativa al viejo Camí del Grau y al más antiguo Camí del Cabanyal, ha quedado satisfecha con creces a partir de los accesos planificados y/o ejecutados en este momento, como son las avenidas de las Morenas, Alameda, Francia, Baleares y de los Naranjos. Además, el puerto cuenta con un acceso especializado a partir de las marginales del nuevo cauce constituyentes de la V-30.
El Paseo, como espacio capaz de acoger fiestas, ferias o desfiles militares -hoy día la tercera de estas tres actividades no constituye más que un planteamiento de opereta, cuando no una provocación- es funcionalmente inadecuado, al disponer de un andén central ajardinado que secciona en dos la vía, por lo que sigue siendo más apta la vieja Alameda para tales menesteres, como demostró durante largos años la instalación de la Feria de Julio o los restos de su naufragio, la actual Batalla de Flores.
Por último, los tipos arquitectónicos a implantar -las villas unifamiliares, lujosas y modestas- previstos en la propuesta de Meseguer no sólo se han ignorado sino que la volumetría y la arquitectura que da soporte a los edificios surgidos en sus márgenes en su avance hacia el mar -salvo las honrosas excepciones en su primera sección- no son sino testimonio de la perversión lineal de un espacio, en otro tiempo, pretendidamente emblemático y representativo.
Hoy la arquitectura del Paseo y el tránsito rodado evidencian la degradación de un ambicioso proyecto que siempre estuvo por encima de las posibilidades de la ciudad y en el que ésta nunca acabó de creer.
Actualmente disponemos de una poderosa herramienta que nos permite hacer y deshacer, construir y derruir cien veces si es preciso: la realidad virtual. Concluyamos templo y Paseo por este sistema y así evitaremos que alguien salga dañado por la destrucción de su medio natural o en su sensibilidad estética, y todos, por olvidar la historia.
Adolfo Herrero es arquitecto.
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