Hablo de Andalucía
MANUEL ALVARPregunta Juan Ramón: "¿Cuánto puede durar un idioma? ¿Vale la pena ese afán, esa renuncia, este afán por escribir?". Mi respuesta la aprendí en Andalucía: escribir es vivir, más aún que vivir, por cuanto no podemos escribir todo lo que vivimos. Pero en el molde que conformamos nuestra vida marcamos el gesto indeleble que nos perpetúa. No olvidemos esto; Andalucía es literatura y vida y, lo que vale más, una gran lección de muerte. Que me valga un recuerdo de Manolete: estamos en Méjico, en diciembre de 1946. Primera corrida y gran cornada. "-Pero ¿no vio que el toro se le venía? -Sí. -¿Por qué no se retiró? -Porque me llamo Manolete". Córdoba en el gesto y en la vida. Séneca y Lucano aceptando la vida como es: una sencilla lección de muerte.
Mi paisano Marcial, el celtíbero amigo del cordobés Lucano, vería la vida grotesca y despreciable si no iba acompañada de una dignidad que se perpetúa en significantes materiales. El bilbilitano Marcial oía hablar a los cordobeses y admiraba el curso y la plenitud de su lengua, algo que aún nos dura a los aragoneses de hoy al escuchar la facundia de los cordobeses. Porque la soledad no es menoscabo, sino dignidad cuando la ocasión lo requiere. Y así es Andalucía: habla, vive y siente. No lo olvidemos. Hoy, dos mil años después, nos dura el decoro que aprendimos en Roma y con las lecciones eternizadas que supimos dar a Roma. Dura todavía: un poeta de hoy escribirá: "¡Que en la acompañada soledad de mi cuarto / le voy contando sílabas españolas precisas / al encendido término del cordobés Lucano!".
Tengámoslo bien presente: española nuestra lengua, heredera de Lucano. ¿De dónde sale el "bronco silabeo cordobés, tan suave en su aspereza arábiga"? Hablo de nuestra lengua -mía también-. De arábigo mucho menos que nada, y de bronco tampoco. Las hablas andaluzas -no la inexistente habla andaluza- es la lengua de Roma tamizada por dos mil años de voluntad romana, acendrada en labios castellanos y andaluces. ¿Bronco este silabeo? ¡Si su cadencia es suave y sonora, como formada en escuela de discretos decidores!
Un día Rubén Darío pedía exégetas andaluces. Los tenemos, pero no los perdamos por imitaciones mercantiles. La palabra es expresión: no queramos rebajarnos a un aleteo pueblerino: en ella están Mena y Mal Lara y Herrera y Góngora y Soto de Rojas y Bécquer y Machado y Juan Ramón Jiménez y Alberti y Lorca. ¿No son los más grandes poetas de su tiempo? Y lo fueron porque tenían unas palabras venidas de muy lejos; pero en su expresión, en su historia y en su cultura, sonaban nuestras; si queréis en nuestras tierras calientes por más que vinieran de muchas leguas arriba: "¡Todos estábamos / en los primeros versos! / ¡En San Millán de la Cogolla! / ¡En el Camino de Santiago! / ¡Estábamos / en aquel vaso de buen vino / que bebía Gonzalo de Berceo!".
Yo pediría una conclusión: no desmembrar la lengua, sino unirla, como en ella estamos unidos todos nosotros. Vosotros y yo también, que me habéis hecho andaluz escuchándome hablar con acordes del Ebro y que en las modalidades lingüísticas de mis siete hijos andaluces hemos unido la voluntad integradora que yo querría que fuera también el testimonio de nuestras conversaciones.
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