Una sindicalista revoluciona EE UU
Con 36 años, Amy Dean ha conseguido llegar a la cúpula del poderoso sindicato AFL-CIO y revitalizar el movimiento obrero
En el país donde reina el despido libre, la reivindicación de los derechos laborales está mal vista y aumentar las ganancias es el único principio al que profesan devoción las corporaciones, Amy Dean ha roto todos los esquemas. Está logrando revitalizar el movimiento obrero de Estados Unidos, prácticamente difunto desde fines de los años setenta. "Queremos probar que los sindicatos son relevantes en la nueva economía". Ésa es su misión principal como líder del Comité Nacional para Potenciar el Sindicalismo, aunque su trinchera diaria es nada menos que Silicon Valley, cuna del desarrollo tecnológico y motor de la próspera economía norteamericana, donde proliferan los nuevos millonarios informáticos, a los que las luchas laborales tienen fama de producirles acidez estomacal.Muchos de ellos han confesado públicamente que no se esperaban que una mujer de 36 años movilizara a las fuerzas sociales y cambiara las normas del juego de la "industria Midas". Normas como la disparidad atroz entre los salarios de los ejecutivos y los empleados, cuya proporción era de 220 a 1 poco después de que Dean asumiera en 1995 el timón de la Federación Americana de Sindicatos (AFL-CIO) en el sur de la bahía de California. El año pasado consiguió que esa diferencia se acortara negociando una subida del salario mínimo a 260.000 pesetas al mes, el doble de la anterior, que es ahora la más alta de todo EE UU.
Su plan es exportar las conquistas de California a otros Estados, pero queda mucho por hacer, dice. Bajo la superficie de oro de Silicon Valley se oculta una desfavorecida clase a la que el tren de la bonanza no ha recogido y deambula de una a otra estación de trabajo, sin seguro médico ni licencia por enfermedad o maternidad ni pensión de retiro. Ella quiere hacer del sindicato el elemento de estabilidad laboral y de capacitación para esos trabajadores temporales o no especializados.
The New York Times la llamaba recientemente "la nueva Cristóbal Colón". Porque navega por las inexploradas aguas de la nueva economía tratando de crear un modelo de justicia laboral que entierre los desmanes capitalistas de la última década, en la que el deporte corporativo favorito fue -y es- despedir a decenas de miles de empleados justo antes de Navidad y así empezar el año con más beneficios para los accionistas. "Hay que equilibrar el paisaje político de este país para que se gobierne en base a los valores sociales en vez de en base a las ganancias", declaraba Dean esta semana a EL PAÍS.
La hazaña de Dean -casada con un empresario de Internet y madre de un niño de dos años- no ha sido sólo emprender con éxito la cruzada de la revigorización sindical de EE UU, sino ascender a la cúpula del sindicato AFL-CIO, que no es precisamente conocido por su promoción del feminismo. Todo, asegura, es producto de su pasión por la justicia social. Por ese compromiso dejó a medias los estudios de doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de su natal Chicago, para organizar un sindicato de trabajadoras textiles.
Redes sociales
En 1989 se trasladó a Silicon Valley. Corrían políticamente los tiempos de la exaltación conservadora heredada de Ronald Reagan. Precisamente, al cambio en la balanza de influencia política que se produjo con la llegada de Reagan al poder en 1981 achaca Dean la pérdida de representatividad de los sindicatos, que luego se ha ido perpetuando tanto con republicanos como con demócratas. "El país se ha desplazado a la derecha, prueba de ello es que Clinton es más conservador que Nixon, y los demócratas en general se han vuelto moderados".
El antídoto contra esa tendencia es, según ella, crear una amplia red social contra la injusticia económica, que trascienda las fronteras sindicales, fórmula que Dean ya ha puesto en práctica forjando alianzas de AFL-CIO con grass root groups (organizaciones cívicas). Otra de sus tácticas es respaldar sus argumentos ante los patronos con sesudos estudios socioeconómicos, aunque reconoce que lidiar con la nueva casta de empresarios de la informática es todo un desafío: "Son jóvenes, liberales moderados, más sofisticados que los ejecutivos tradicionales y están dispuestos a considerar la filantropía, pero no a compartir el poder ni el proceso de decisiones de sus negocios".
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