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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un mal negocio

QUIZÁ POR aquello tan manido de que la mejor defensa es un buen ataque, Arias-Salgado pretendió convertir su comparecencia parlamentaria por el caso de sus propiedades familiares en Marbella en un proceso contra la SER y EL PAÍS. Es un ejercicio que forma parte ya de las actividades habituales de algunos ministros (generalmente, los más abrasados por su ineptitud). Con esta práctica pretenden conseguir dos objetivos: atemorizar a los medios y a los periodistas que se niegan a entrar en la senda del servilismo al Gobierno y descalificar a la oposición, presentándola como simple altavoz de un grupo mediático.Arias-Salgado llevaba un conejo en la chistera, que, a juzgar por el tono con que abrió el debate, debía parecerle definitivo: su familia ha completado la venta de las parcelas conseguidas en la última estación del largo viaje compensatorio, aunque se negó reiteradamente a decir cuándo. Casualmente, el precio final obtenido coincidiría con el valor pericial dado a la finca de la familia que dio origen a todo el procedimiento. Con este dato creía que el debate estaba zanjado: el resultado de esta historia era de enriquecimiento cero para el ministro y su familia. El resto de su argumentación pendía de una sistemática derivación de responsabilidades hacia los demás, otra técnica habitual del ministro. En la expropiación, él era sólo víctima de las decisiones municipales; como dijo un diputado de la oposición, fue lamentable ver a todo un ministro de Fomento presentando las expropiaciones como un atraco a mano armada. Las negociaciones eran cuestión de su hermano, como representante jurídico de la familia, con lo cual el ministro pretendía quitarse de en medio.

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Quizá Arias-Salgado deberá pedir explicaciones a su hermano Gabriel. Porque el argumento del ministro tropieza ante las evidencias del precio del suelo en Marbella. Conforme a los datos aportados por el diputado socialista Jesús Caldera, el precio que la familia Arias-Salgado dice haber cobrado es sencillamente increíble. Sólo caben tres hipótesis: que el hermano sea un pésimo negociante, que la familia sea extremadamente generosa o que el precio anunciado por el ministro no se corresponda con la realidad.

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Lo importante ayer, con todo, no era la parte económica de la operación, sino el hecho de que, una vez más, un ministro no supiese distinguir entre el interés público y sus intereses privados, y que, ayudado por un portavoz popular empalagoso, pretendiera, a través de sus imputaciones a los demás grupos parlamentarios, evitar el control sobre sus propios actos.

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