Detenido un anciano que mató a una mujer y le cortó una oreja
El Grupo de Homicidios de la Policía en Valencia ha resuelto uno de los asesinatos más enigmáticos y que más se le resistían. Hace un año y medio, Carmen Montoro, de 66 años, le abrió la puerta de su domicilio, en el centro histórico de Valencia, a su asesino. Pero el criminal no se contentó con asestarle ocho puñaladas repartidas entre la espalda y la parte posterior del cuello, además de un golpe brutal en la cabeza. Antes de abandonar el piso, en el número 12 de la calle de Cañete, le cercenó la oreja izquierda y cruzó el piso hasta el cuarto de baño, donde lavó la oreja y la dejó en el lavabo. Un acto macabro que durante meses desconcertó a los investigadores. Finalmente, el pasado lunes por la tarde detuvieron al supuesto homicida, un anciano de 80 años que mantenía una estrecha relación con la víctima. Hoy pasará a disposición judicial.
¿Por qué le cortó la oreja y la abandonó en el lavabo? Durante estos meses los policías se preguntaban si el criminal se había ensañado por una venganza, si se trataba de un asesino patológico o si al acuchillarla se le había quedado ensartada la oreja en el cuchillo y acudió al lavabo para limpiar el arma del crimen. Nada de eso. Fuentes del caso aseguran que el asesino había decidido enviar la oreja de la víctima a la Policía. Pero tras lavar el cartílago, con las prisas y los nervios se lo dejó olvidado en el lavabo.
Cuando se acordó de la oreja, decidió volver a la vivienda. Pero mientras introducía la llave en la cerradura fue sorprendido por una vecina de un piso superior, por lo que decidió marcharse a toda prisa sin recuperar la oreja.
Pista errónea
Aquel 24 de junio de 1998, la misma vecina vio desde arriba a un hombre de cabello canoso que llevaba una guitarra y huyó escaleras abajo. Siguiendo las indicaciones de este testigo, la Policía buscaba a un sospechoso de 40 ó 50 años. Una pista errónea que dificultó la investigación.
Al día siguiente, los vecinos de la finca hallaron el cadáver de Carmen tendido sobre un charco de sangre en el pasillo de su piso. Nadie se explicaba quién podía tener algún motivo para acabar con la vida de esta anciana solitaria que nunca se casó, vivía de su modesta pensión y andaba encorvada por una giba.
El robo quedó descartado como móvil del crimen porque el asesino ni siquiera registró la vivienda, ni se llevó las 23.000 pesetas que la víctima guardaba en su mesita de noche. Y a esta mujer tampoco se le conocían enemigos. Todo lo contrario. Los vecinos sentían un gran afecto por esta anciana que jamás rehusaba hacer favores y recados, y ayudaba a los más desprotegidos.
Con todo, los agentes acertaron una de sus hipótesis: la víctima mantenía una relación de confianza con la víctima por lo que le abrió la puerta y le dio la espalda sin temer las puñaladas que estaba a punto de recibir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.