Sesión de descontrol
LA INDISIMULADA alergia del Gobierno a un control serio y riguroso sobre su gestión y los frecuentes tonos demagógicos con que la oposición tiende a ejercerlo contribuyen a que la sesión de control de los miércoles en el Congreso haya derivado en un espectáculo a menudo sin sustancia, gesticulante y teatral, en el que ni el Gobierno se explica ni la oposición controla. El PP prometió hacer del Parlamento "el centro de la vida política", así como dotarle de capacidad "para exigir la respuesta del presidente del Gobierno a preguntas e interpelaciones de especial relieve". Llegado el final de la legislatura, el resultado no puede ser más frustrante. La vida parlamentaria no sólo ha seguido igual de plana que antes, sino que el PP ha contribuido especialmente a quitar sentido a uno de los pocos intentos que se han hecho para revitalizarla: la comparecencia semanal del presidente del Ejecutivo en el Congreso para responder a las preguntas de la oposición sobre cuestiones de política cotidiana.Es posible que la reforma hecha en el Reglamento del Congreso sobre este punto, básicamente consensuada entre el PSOE y el PP en la anterior legislatura, adolezca de defectos que impiden que la comparecencia del presidente en el Congreso se traduzca en un control efectivo de la gestión ordinaria del Gobierno por parte de la oposición. No hay que descartar incluso que el PSOE dejara pasar demasiado mansamente un procedimiento que no pusiera en demasiados aprietos al presidente del Gobierno. Pero, aunque el procedimiento no sea el mejor, no justifica que la presencia del presidente se reduzca a un reiterado y monótono intercambio de reproches entre el Gobierno y la oposición -reflejado en el "tú más", tan querido por la derecha-, como si lo menos importante fuera conocer las opiniones del jefe del Ejecutivo u obtener de él una explicación convincente sobre las cuestiones políticas planteadas. En este como en otros casos (el nombramiento parlamentario de altos cargos institucionales), el fallo no está tanto en el procedimiento como en el uso perverso que hacen de él los partidos.
Se puede y se debe perfeccionar el procedimiento para que el control del Ejecutivo dé mucho más juego. De entrada, habría que suprimir las preguntas del grupo parlamentario del partido en el Gobierno para ahorrarnos ese fatuo ejercicio de autosatisfacción que suelen facilitar desconocidos parlamentarios a su presidente en particular y a sus ministros en general. Pero de poco valdrá esa mejora si el Gobierno y la oposición persisten en utilizar la ocasión casi exclusivamente para abroncarse y echarse en cara sus mutuos agravios. Conviene advertir, no obstante, de que en el Parlamento los excesos de la oposición, con ser graves, lo son menos que los del Gobierno. Por la sencilla razón de que, en un sistema parlamentario, el Gobierno está sometido al control de la oposición y debe responder, le guste o no, a sus preguntas, aunque sean molestas o malintencionadas. Si el Ejecutivo se empeña en comportarse como oposición frente a la oposición -porque fue Gobierno-, se tergiversan las reglas del sistema político y se pervierte la función del Parlamento. Ésa es una de las causas de que el debate parlamentario se haya degradado en esta legislatura como en ninguna otra en el pasado, y que muchos diputados de distintos partidos lleguen al final de la legislatura con la sensación de que su trabajo, para el que han sido elegidos, se devalúa de día en día. Para que el Parlamento sea de verdad lo que el PP llamó pomposamente "eje central de la regeneración democrática" hubiera sido necesario, por ejemplo, que el partido del Gobierno y el primer partido de la oposición hubieran logrado sacar la reforma de un reglamento que se ha declarado manifiestamente obsoleto. Ni el PP ni el PSOE han contribuido a hacerlo posible.
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