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Altas ruedas

MANUEL ALVARLa Reina Católica estaba postrada en Córdoba. El estridor de una rueda en el Guadalquivir le lastimaba las sienes. Se desmontó la rueda. No sabían aquellos artesanos cómo habían entrado en la literatura española. Hoy, tantos siglos andados, el viajero puede comprar en la ciudad la fotografía de una abulafia, que tal era el ingenio renqueante. Si el viajero va por las orillas de los ríos Genil y Guadajoz podrá pisar pueblos de Sevilla, de Córdoba, de Málaga en los que un azud abre paso a la noria, ñora o ruea, que es el alto ingenio al que mueven las aguas del río. Alto ingenio que eleva las aguas de la corriente hasta los añeclines que la sacan del canalillo para transportarla al campo. Así, sí, retraté y dibujé tantos de estos sorprendentes ingenios que se alzaban hiératicos sobre las aguas encrespadas de los ríos a su paso por soledades abandonadas.

Fui a buscar las altas ruedas en época de cuantía, cuando los ríos traen agua abundante en su cauce (a partir de San José) y antes de que les desmonten los cangilones por los Santos... Un 10 de julio de 1956 estuve en Jauja. Jauja es una calle de Lucena en la provincia de Córdoba. Estaba con mi informante al pie de un árbol y yo copiaba: "La noria está metía en un lao, a la vera del río. Una cané le yeva el agua, que cohe del río por medio de l"azúa, qu"eh un amorroncete de piedre c"azuheta l"agua pa que se vaya a la caná po que si no e río se yevaba l"agua que no yegaba a la noria". El dialectólogo transcribía y pensaba y veía al hombre aquel que le ayudaba y que le aclaraba las cosas: "vera", "orilla"; "azúa", "canalillo de alimentación"; "amorroncete", "canal de piedra para sujetar el agua"; "noria", "alta rueda". Han pasado bastante más de 40 años y en mis ojos quedan las cañas arrancadas y las piedras arrastradas, y el añeclín para transportar el agua subida. Miran mis ojos y la rueda se levanta 11 metros y yo no soy otra cosa que una figurilla que apenas significa nada. Pero está mi voluntad. Recogeré palabras, haré dibujos, seré así algo más que un hombre perdido entre ruidos y gorgotones.

Y un día, algún día, seré, gracias a este artilugio y a este hombre atemorizado el testigo de una Andalucía que desaparece, pero que yo habré llevado en mis cuadernos de campo y en lo más hondo de mi corazón. ¿Cuántos siglos han pasado? Y Garcilaso habla -son dulcísimo de las altas ruedas- y el maestro Covarrubias escribe: "Azuda es una rueda por extremo grande con que se saca agua de los ríos caudales para regar las huertas. Destas máquinas hay muchas en la ribera del Tajo, cerca de Toledo". Algún día, lector amigo, pasarás por Castro del Río, Puente Genil, por Jauja, por Benamejí (en Córdoba), por Cuevas Bajas o por Cuevas de San Marcos (en Málaga), por Écija (en Sevilla). En las afueras de los pueblos detén un momento el motor de tu coche, y escucha. Oirás lejano el amargo dolor de una vaca herida, es la alta rueda de Garcilaso. Escucha y luego mira, ¡qué armonía en las trabas y en el vocabulario que se desgrana! Pero, ¿querrás hacerme un favor? Escucha que en la solemnidad de aquellos campos, sorprendido el caminar, está también el temblor herido por los recuerdos de un hombre que se llama Manuel Alvar.

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