Medalla de honor al festival granadino
El Festival Internacional de Música y Danza se acerca a su cincuentenario, y su rector actual, un reformista de guante blanco, ya trabaja con denuedo para que la conmemoración sea válida y auténtica. La pasada primavera, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando acordó, por unanimidad, conceder a nuestro festival más emblemático su medalla de honor, distinción que ya había "viajado" a la ciudad de las cármenes con destino a la Fundación Rodríguez Acosta en 1969.El domingo, día ritual en los fastos de la casa instaurada por Felipe V, se hizo entrega del galardón, que recogió el director Alfredo Aracil, compositor, experto en las artes, su historia, su significación y su sociología, que ha demostrado una potencia fresca de innovación como conductor de un festival que, por su misma importancia, reclama la atención de todo rincón del mundo. Así sucede desde los tiempos del fundador Gallego y Burín. Con esa su expresiva sobriedad, Aracil agradeció en nombre de todos cuantos planean y realizan el festival y expuso sin la menor pretensión culturalista la filosofía -digámoslo así- de su trabajo original y entregado. Todos aplaudimos de buena gana, y en ese todos cabe una presencia muy especial de nuestra vida musical, artística e intelectual.
Joaquín Achúcarro, excelentísimo maestro del piano, añadió al pensamiento la emoción visceral y razonada a la vez de unas páginas granadinas señeras en la historia de nuestra creativa más exigente: El Albaicín, de Albéniz; La tarde en Granada, de Debussy, y la Fantasía bética, de Manuel de Falla. Desde una capacidad sensible tan honda como su espíritu analítico, el gran Achúcarro dictó una gran lección y, de pronto, el académico recinto se tornó en auditorio clamoroso y aplaudidor. Para "calmar" la justa y encendida respuesta, el intérprete bilbaíno nos regaló La Puerta del Vino, una de las mágicas adivinaciones españolas de Claudio de Francia.
