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Un paseo en bicicleta por China

La Sociedad Geográfica Española acaba de concederle el Premio Viaje del Año 1999. Ése no era su objetivo, pero a nadie le amarga un dulce y menos si ha pasado 18 meses subido a una bicicleta para recorrer China "tan sólo por romper con la rutina". Más aún, una vez completado el viaje original, Juan Antonio Alegre (Madrid, 1972) decidió volver pedaleando. "Nada más pasar el Himalaya, en plena Karakorum Highway, me parecía estar llegando a casa. Al menos había abandonado China después de un intenso año", asegura nada más llegar a Lisboa desde Macao. Con pelo y barba de año y medio, Juan Antonio Alegre entró a primeros de noviembre por La Jonquera. Cansado de dormir a la intemperie decidió echar la casa por la ventana: "Con el dinero que me quedaba, me instalé en un hostal de carretera y al encender la televisión, ví Tómbola. Pensé que nada había cambiado en mi ausencia". Estaba a punto de cumplir 41.000 kilómetros sobre la bici que sus amigos le habían regalado. La entrada en España fue dura. Había cubierto muchos kilómetros con la intención de volver a casa. Había idealizado su llegada a Madrid. "Llegué a soñar que veía a mis amigos reunidos en el portal de casa dispuestos a abrir unas botellas de champán para celebrar mi vuelta", relata. Por el contrario, llegó a un piso vacío. Dispuesto a no darse por vencido, después de la ducha pertinente, se marchó hacia la pizzería en la que había trabajado los meses previos a su marcha. "Ninguno de los que estaba trabajando me conocía. Mis antiguos amigos ya no estaban allí. La verdad es que la vuelta a casa fue un palo", recuerda.

Desde mayo a julio de 1998 acompañó el curso del Río Amarillo. "Al principio, los chinos son tan solícitos que da gusto, pero, al final, acaban siendo un poquito cargantes", argumenta antes de rememorar las otras dos fases de su viaje por China. Acabado el río, alcanzó el Tíbet, "una zona a la que invito a visitar huyendo de todo aquello que tenga la vitola turística. La capital Lhasa está demasiado maleada", apunta, mientras recuerda la satisfacción alcanzada al viajar por carreteras cerradas a todos menos a la bicicleta de un joven cubierto de pelo al mas puro estilo Crusoe. Estampa que le granjeó algún sentimiento desmesurado por parte de la población femenina. "Al parecer, no están muy acostumbradas a la gente con mucho pelo. Los hombres allí son bastante barbilampiños. Supongo que por ello me dedicaban tantas atenciones".

El frío tibetano estuvo a punto de hacerle desistir en su empeño. Había que ir en busca del calor. La solución se encontraba más abajo, "en zonas como Guandong o Sichuan donde viajas a gusto, no sólo por la temperatura, sino por el cordial trato con la gente. Son mucho menos agobiantes que el resto de sus compatriotas". En esta zona conoció a otros viajeros, entre ellos a un alemán que le convenció para volver a casa en bici. "No comprendía que, después de haber cubierto 16.000 kilómetros sobre la bicicleta por todo el país, fuera a volverme en avión".

Juan Antonio Alegre abandonó el Año del Dragón para pasar al del Conejo en el sur de China. "Allí dormía tres o cuatro días al raso, pero al menos una vez a la semana en hotel". Austero modo de vida durante un largo viaje en el que apenas ha gastado 500.000 pesetas. "Pasé 45 días en Irán con sólo 100 dólares (unas 15.000 pesetas). Y eso que pagaba comida, hotel y entradas a los monumentos. De algún modo se tiene que notar mi licenciatura en Empresariales", bromea.

Pese a su gesta, Juan Antonio Alegre se define como un tipo "vago que funciona a impulsos". Uno de ellos debió de ser el que le llevó en mayo a desprenderse de buena parte del material que le había ayudado a sobrevivir a las bajas temperaturas del Karakorum. "Desde Pakistán envié a casa una caja con ropa de abrigo y el saco de dormir. Pensé que si volvía a necesitar algo lo compraría", dice. El problema es que sus planes no salieron según lo esperado lo que le "obligó a dormir bajo plásticos un montón de noches", señala.

Durante el regreso, vivió algunos de los momentos que mejores recuerdos le han dejado. "Pasar el Khunjherab Pass en la frontera entre China y Pakistán el 10 de mayo, un día después de mi cumpleaños, supuso una gran ilusión. Acababa de dejar China. Más tarde volvió a ocurrirme algo parecido al entrar en Europa por Estambul, a través del puente sobre el Bósforo. Leer Welcome to Europe en un cartel me dió un cosquilleo especial".

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Las sensaciones en un viaje de año y medio son de toda índole. "Los camioneros que te animan enseñándote el pulgar, los tibetanos que te invitan a compartir el techo y el fuego de su tienda en una noche fría o, sobre todo, la hospitalidad iraní de gentes que sin preguntarte nada paran su coche para ofrecerte agua y fruta", recuerda.

Lógicamente, también hubo momentos malos como "en Baluchistán cuando unos soldados me despertaron en una cuneta acusándome de espía en plena noche". Duro fue asimismo, ser apedreado por los niños "mientras me llamaban inglés" en Pakistán o atacado por los dogos tibetanos, "perros salvajes que se lanzan a por tí sin que haya otra defensa que encomendarse a la bicicleta", resume.

Un año antes de partir, Juan Antonio Alegre había viajado por vez primera fuera de Europa. Curiosamente también a China. Su fijación con la cuna de Mao poco tiene que ver con razones políticas o de otra índole. Simplemente, esta vez sí, se trataba de ganar un premio. Después de dar muchas vueltas al asunto se presentó al concurso Coleman asegurando que sería capaz de cubrir a pie la travesía de la Gran Muralla China de la Dinastía Ming. El periplo quedó cubierto entre junio y septiembre de 1997.

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